viernes, 15 de enero de 2010

Grinch

Ahora sí tenía razones para estar triste, molesto, enojado.

Nunca le gustó la celebración de la Navidad. De seguro era resultado de las malas experiencias que tuvo de pequeño. Su papá los abandonó cuando él era todavía muy pequeño. Así que las primeras las pasó sólo con su mamá en la pequeña covacha en la que vivían. Ya un poco más grande, cada año tenía "padrastro" distinto. Lo único que tenían de común entre sí era lo borracho.

Siempre era lo mismo. Llegaban dando tumbos, a pegarle a su mamá y a veces hasta él cachaba golpes, al principio por no esconderse bien, luego por defender a su madre. Generalmente, por esas fechas su mamá terminaba la "relación", así que el desencanto era doble. Por lo mismo, el "año nuevo" era muy significativo porque implicaba, de manera muy literal, volver a empezar.

Afortunadamente, gracias al mucho esfuerzo y trabajo de su mamá, logró superarse, estudiar, sacar una carrera y prosperar. Pero cada año, al acercarse la Navidad, nuevamente se sentía extraño, como que no encajaba en el "espíritu navideño" del que todos se imbuían.

Ni su casamiento, ni los hijos y las consiguientes celebraciones podían alejar de él ese rechazo. En el trabajo, en la casa y con las amistades, era conocido como el "Grinch". Detestaba escuchar la música navideña. A veces hasta se molestaba consigo mismo por esa actitud, por ese sentimiento. Pero no lo podía cambiar. Diciembre, que para muchos era el mejor mes del año, para él era uno de los peores.

Repetidas veces intentó cambiar. Intentó celebrar con sus hijos, con los amigos, iba a los convivios, pero no importaba qué hiciera, no podía alejar de sí ese sentimiento. Una vez hasta intentó yendo con el sicólogo, pero también fue en vano.

Pero este año era diferente. Ahora sí tenía razones para estar triste, molesto, enojado. Su madre había fallecido. A él lo asaltaron en varias ocasiones, una por robarle el carro y las otras para robarle el celular. Criminales se metieron a su casa y poco faltó para que mataran a su esposa e hijos. Por si todo eso no fuera suficiente, la famosa "crisis" le había pegado duro a la empresa y se rumoraba que el año se iniciaría con recortes de personal. No sabía si en enero tendría trabajo.

Durante la mayor parte de su vida no había sido para nada religioso. A pesar de que su mamá cuando niño lo llevaba a la escuela dominical de la iglesia cercana, conforme pasó el tiempo el concepto de Dios se fue haciendo cada vez más lejano y borroso.

Pero esta noche no se pudo aguantar más, se encerró en una habitación y, alejado del bullicio típico de la Nochebuena, se enfrascó en un alegato con Dios. Le reclamó todo lo malo que le había sucedido en el año. Aprovechó para sacar también todo aquello en que le parecía que la vida, o Dios mismo, habían sido injustos con él. Conforme más se recordaba todas las aparentes injusticias que le habían acontecido más rabia le daba, más recuerdos le venían a la mente. La emoción, el enojo reprimido, eran tan fuertes que sin darse cuenta, empezó a llorar. Al principio fue de rabia y amargura, pero poco a poco fue sintiendo que ésta se acababa, como si los ríos de lágrimas sirvieran para lavar su corazón.

Varias horas habían pasado. De repente escuchó los ruidos de cohetes y juegos artificiales. Eran las 12. En su alma había paz. Le costaba entender lo que le pasó. Lo cierto es que la amargura, el rencor y el enojo parecían haber desaparecido. Se sentía un hombre nuevo. Salió a compartir esa nueva sensación con su familia.

¡Feliz Navidad!

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 24 de diciembre de 2,009.

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