viernes, 15 de enero de 2010

Quince


Nos guste o no, el tiempo pasa volando...


El año para mí siempre empieza con buen pie desde hace 15 años, porque fue apenas el segundo día de ese año, 1995, cuando nació esa mujer que me cambió la vida: mi hija. De ahí para acá todo ha sido diferente. Definitivamente, uno no puede comprender el amor que se puede tener por un hijo y los cambios que ellos pueden representar en la vida, hasta que se experimenta de primera mano.

Lo recuerdo como si fuera apenas ayer. Esa noche, cuando la vi por primera vez. Le costó y le llevó casi todo el día para hacer su entrada triunfal al mundo, pero finalmente llegó. Menuda, de piel delicada, frágil, pero mostrando desde ya su energía y carácter, entró en nuestra vida como torbellino para quedarse.

Desde el principio fue vivaz, curiosa y muy inteligente. Por ser hija única y crecer sola, desde que llegó a su primera experiencia estudiantil, a los dos años y medio, le fascinó la compañía de otros niños, y desde esa época no ha dejado de ser de las más sociables de la clase.

Precisamente por ser no solo hija única sino la única niña en el grupo de los “ajonjolíes” (el grupo de amigos cercanos con quienes hemos compartido muchas aventuras, viajes, fiestas, comidas y tradiciones) ha crecido rodeada de adultos (y qué adultos, dirían algunos del grupo); lo que también ha influido en que para muchas cosas sea mucho más madura que lo que su edad aparentaría.

En su corta edad nos ha dado muchas satisfacciones. Siempre ha destacado en los estudios y tiene una disciplina para cumplir con sus obligaciones que es realmente admirable. Pero también nos hemos divertido a lo grande. Hemos participado de sus cambiantes intereses deportivos, de las muchas competencias en las que ha participado. Derramamos lágrimas de emoción en la final del Mundial pasado, cuando su adorada Italia ganó agónicamente. Hemos disfrutado mucho viendo películas, en la casa y en el cine, especialmente las de terror.

Pero el tiempo pasa rápido. Cuando uno menos lo siente, los hijos crecen, y en mi caso no ha sido diferente. Aún recuerdo como si fuera ayer cuando salíamos los fines de semana a la calle y ella iba adormitada en uno de esos cargadores en que van pegados al pecho de uno, y ahora ya casi ni quiere que la vean caminando a la par nuestra en los centros comerciales. Todo va cambiando. En la primaria era importante que uno llegara a las actividades en el colegio; ahora ya ni le avisan a uno, no vaya a ser que llegue.

Y ahora llegó a esa época especial, cuando dejan de ser niñas y se convierten en señoritas, en kitties dirían los ajonjolíes. Sí, a los 15 años, cuando el mundo parece cambiar y abrirse para la experimentación. Cuando uno ya siente que es mayor, que los padres ya no tienen nada que enseñarle a uno, cuando uno ya siente que está preparado para la vida, que no necesita a los demás, que uno se las puede todas.

Con el tiempo, uno entiende que no es tan así la cosa. Que uno nunca para de aprender y que siempre podrá aprender algo nuevo de los mayores (y también de los menores).

Pero eso vendrá más adelante. Ahorita hay que disfrutar los teens porque, como uno llega a entender muy tarde, es una época que no se repetirá y que hay que aprovechar. Así que, querida hija, aprovecha al máximo el tiempo.

Y a usted que me lee, aproveche también el tiempo con sus hijos o nietos, porque se pasa volando, y cuando sienta emprenderán el vuelo y se irán. ¡Felices Quince, Nicolle!

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 7 de enero de 2,010.

1 comentario:

Anónimo dijo...

CONGRATULATIONS MR. J. AND HAPPY B-DAY TO YOUR LITTLE PRINCESS!!!
MAY GOD BLESS HER, ALWAYS.

I KNOW EXCATLY WHAT YOU SAY ABOUT FATHERHOOD, I AM A FATHER.I ASK GOD TO GIVE YOU AND YOUR WIFE WISDOM. TAKE CARE,

GERSON