sábado, 3 de abril de 2010

Inconcluso

¿Estamos preparados para no dejar demasiadas cosas inconclusas?


El martes, mientras comentábamos con Marta Yolanda Díaz-Durán alguna noticia en el programa radial Todo a Pulmón, se escucharon varios balazos cerca de los estudios. Durante el programa nos enteramos que habían matado a una persona en la calle. Varias ambulancias llegaron casi simultáneamente llenando de sirenas la cuadra. Pronto volvieron por donde vinieron. No había nada que hacer. Otra persona que se suma a la interminable fila de asesinados en nuestra triste Guatemala.

Luego del programa tuvimos oportunidad de bajar a la “escena del crimen”. Los investigadores del MP recopilando evidencia. El Juez de Paz levantando el acta. Los policías cargando el cadáver en la palangana de una patrulla. Los deudos llorando desconsolados. Los curiosos (como si nosotros no) contando cada quien su versión de los hechos. Unos dijeron que los asesinos iban en moto. Otros que iban caminando, le dispararon a la víctima por la espalda y solo corrieron hasta la esquina, después siguieron caminando tranquilamente.

La escena del crimen es un lugar por el que hemos pasado cientos de veces durante años, caminando al igual que lo hacía la víctima. Algunos dicen que iba a comer, otros que ya regresaba. Por las mismas razones hemos deambulado por esa acera tantas veces. Creyendo quizá que un ángel de la guardia nos protege, porque todos nos dicen que no hay que caminar ya por la ciudad. Que es muy peligroso.

No conocíamos a la víctima, a pesar de que probablemente vivimos muchos años a pocos metros de distancia. Su oficina estaba en un edificio a la par del nuestro. Aún así, o quizá por eso mismo, esas muertes las siente uno más cercanas que las otras 16 que pudieron haber sucedido ese mismo día. No es lo mismo conocer las estadísticas y sentirlas como eso, una estadística más que nos convierte en uno de los países más violentos del planeta, que ver al muerto tendido en la acera por la que uno acaba de pasar. Pensando que quizá nos vimos muchas veces sin vernos en alguno de los lugares de comida alrededor de la zona, o quizá en un ascensor cruzamos un buenos días o buenas tardes, sin siquiera percatarnos que quizá sería el último.

Pero ahora está muerto, y uno no puede dejar de pensar en todas las cosas que quizá dejó inconclusas. Cuando uno no sabe qué tan cerca está la muerte, no se prepara. ¿O deberíamos hacerlo? Creería, porque no lo sé a ciencia cierta —y espero no saberlo durante muchísimo tiempo— que si a uno le diagnostican alguna enfermedad y le dicen que tiene un año de vida, pues uno trataría no solo de alargarlo al máximo, sino aprovecharlo y tratar de no dejar cabos sueltos.

Pero y si, en efecto, ya solo tenemos ese año —por otras razones que desconocemos—, pero no lo sabemos, ¿viviríamos despreocupados, creyendo que siempre habrá un año entrante en el que podremos arreglar las cosas, en el que podremos amar, reír gozar, llorar? No lo sé. Los seres humanos somos tan extraños. A pesar de que sabemos que algunas cosas nos hacen daño, las seguimos haciendo o degustando. La mayoría nos vamos por la solución fácil, la gratificación de corto plazo, aunque algo allá en el fondo nos diga que, en el largo plazo, pagaremos caro las consecuencias.

Más que a usted, me lo digo a mí mismo: no dejemos nuestra vida inconclusa. Aprovéchela al máximo. Ría, goce, sufra, ame. Puede ser hoy, el año entrante o dentro de 40 años, pero tarde o temprano llegará el momento que dejemos este mundo. ¿Estaremos preparados?

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 1 de abril de 2,010.

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