La realidad finalmente mordió de regreso a Otto Pérez Molina, su  
ministro de Finanzas y todos sus achichincles, incluidos la mayoría de  
diputados. La puñalada fiscal adolece de tantos y tan variados errores  
que tarde o temprano y muy a su pesar se iban a ver en la necesidad de  
corregir la plana. La solicitud del presidente al Congreso, de aprobar  
una reducción del 50% al Impuesto de Circulación, es solo la punta del  
iceberg.
Debo suponer que el hecho de que a estas alturas del partido 
solamente el 35% de los obligados a pagar el impuesto de circulación lo 
hubiesen hecho, más las muchas y variadas manifestaciones de descontento
 hacia ese leonino incremento en particular  hayan hecho que el radar 
político del mandatario lo llevara a recapacitar sobre el inmenso error 
que sería continuar empecinadamente montados en su macho.
Ahora bien, como parece ser que el radar político no da todavía 
para más, me permito informarle al presidente que problemas similares y 
con mucho peores consecuencias tienen las otras reformas impositivas que
 planteó el año pasado. El impuesto de circulación probablemente es el 
que en el corto plazo más resentía un buen grupo de la población porque 
les era más palpable y cercano, pero en el largo plazo sus consecuencias
 se vuelven un granito de arena comparadas con las de varias de las 
otras reformas. 
De ellas quizá no va a escuchar tantos y tan airados comentarios,
 porque ni la misma gente se ha percatado de las consecuencias que 
tendrán para su propia economía. Pero  que ni la gente ni los políticos 
se den por enterados de esas consecuencias no implica que no se vayan a 
dar. Como bien dijo Ayn Rand, se puede ignorar la realidad, pero no las 
consecuencias de ignorarla.
En este caso la realidad es tan abrumadora que hasta sus mismos 
aliados que aprobaron sin chistar —ni siquiera leer, debo concluir— la 
puñalada fiscal, ahora se hacen un queso para poner tierra de por medio 
entre ellos y el partido oficial.
La declaración más patética en ese sentido hasta la fecha es la 
del diputado Roberto Alejos, quien,  para zafar bulto de su 
responsabilidad en semejante entuerto, prefiere reconocerse tonto que 
mal intencionado. Así lo afirma cuando dice: “la cual el Ejecutivo hizo 
creer a todos los sectores que generaría una mayor recaudación y 
estabilizaría el déficit presupuestario”. ¡Cómo no! Que hable por sí 
mismo y reconozca sus culpas. El Ejecutivo pudo haber dicho misa pero 
quien levantó la mano para aprobar ese esperpento fue el diputado 
Roberto Alejos, junto con la mayoría de otros diputados. 
Yo por lo menos no me incluyo entre esos “sectores” a los que 
Alejos argumenta que Otto Pérez engañó. Puedo afirmar que desde que se 
conoció la propuesta me opuse a la misma. Y tengo año y meses de estar 
argumentando esa oposición sobre los errores, no solo de forma sino 
también  de fondo que considero que la puñalada fiscal tiene. También en
 su momento advertí de los efectos que iba a tener, efectos que conforme
 pasa el tiempo hemos visto cómo se han ido dando. 
No, señores diputados, no nos engañan con sus dizque “mea 
culpas”. Nos convencerán cuando den marcha atrás y deroguen la puñalada 
fiscal.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 13 de junio de 2,013. 
 
