jueves, 31 de diciembre de 2020

¿Un año digno de olvidar?

El 2020 será para muchos un año que desearán nunca recordar. Ha sido un año de penas, de pérdidas, de despidos, de quiebras, de pánicos, de angustias, de desesperanza, de desasosiego, de encierros, de privaciones, de soledad. En fin, un año de muchas experiencias dramáticas que quisiéramos olvidar. Pero yo considero que es uno de los años de nuestra vida que más debemos apreciar, porque cada revés que tuvimos nos llevó a ser más fuertes y cada día de encierro nos enseñó a apreciar más la libertad. No es un año digno de olvidar, es uno digno de apreciar.

Aprendimos la importancia de cuidar nuestra salud y fortalecer nuestro sistema inmunológico. De vivir de la manera más sana posible, comiendo bien, vitaminándonos, haciendo ejercicio, pero, sobre todo, no esperar a que las enfermedades avancen, sino empezar a tratarnos al primer síntoma. Aprendimos algo tan sencillo que debimos aprender desde pequeños, pero que ahora finalmente lo hemos interiorizado: lavarnos bien las manos —y que esta es la mejor prevención de muchas enfermedades—.

Aprendimos —algunos, no todos— la importancia de no dejarse llevar por todo lo que uno lee o escucha en las redes, especialmente en cuanto a nuestra salud y vida se trata. A no desechar ideas solo porque no son las aceptadas por la mayoría, o incluso por las mismas redes sociales. A no tener miedo a ir contracorriente, si consideramos que eso puede salvar nuestra vida o la de nuestros seres queridos. Aprendimos que, en muchos casos, el sentido común puede ser mucho más sabio que la arrogancia de los doctos “imperiales”.

Tecnologías que ya existían pero que nadie les ponía mayor atención, como las videoconferencias, se catapultaron al frente de la atención pública porque nos ayudaron a resolver, en parte, el problema en el que nos metieron los políticos al establecer férreos encierros que ocasionaron más daño que bien, decisiones que fueron tomadas basadas más en la ignorancia y el pánico —en su mayoría desproporcionado por los agoreros del apocalipsis— que en la ciencia aprendida en los últimos siglos.

Pero también fue un año donde vimos cómo el esfuerzo humano logró salvar millones de vidas, a través de incontables personas que batallaron tratando enfermos en los hospitales, y por cientos de miles que dedicaron incontables y largas jornadas a desarrollar lo que hasta ahora parecía imposible: no una sino varias vacunas, hasta el momento aparentemente eficaces, en tiempos récord.

También fuimos testigos de incontables actos de benevolencia en medio de las tragedias. Vimos cómo el espíritu humano se sobrepuso a la adversidad, como siempre lo ha hecho a lo largo de la historia.

Vimos también cómo la creatividad humana llevó a muchos que habían perdido sus empleos o su forma de vida, a reinventarse y emprender buscando satisfacer las nuevas necesidades que la pandemia y los encierros crearon.

Definitivamente ha sido un año difícil, pero la mayoría logramos sobrevivir y seguramente saldremos fortalecidos, revitalizados y más sanos, pero sobre todo, más sabios. ¿Se han acabado ya los problemas? No, y seguramente habrá otros que enfrentar. Aunque las vacunas sean efectivas, pasará todavía algún tiempo para que una proporción suficiente de la población adquiera la inmunidad necesaria para que podamos volver a la normalidad. Pero lo importante es que cada vez más se puede ver la luz al final del túnel.

Por todo esto, le estoy agradecido al año 2020, listo para enfrentar los nuevos retos que seguramente tendremos durante el 2021. Le deseo que pase una muy feliz Navidad al lado de su familia, sea de manera presencial o remota, y que el 2021 le traiga muchas enseñanzas, pero también muchas victorias.

Artículo publicado originalmente en el diario Prensa Libre, el 18 de diciembre de 2020.

sábado, 15 de agosto de 2020

La gran carrera de las vacunas

La gran carrera de las vacunas contra el COVID-19 se calentó esta semana con el anuncio de Vladimir Putin de la autorización de la Sputnik V -¿de Vladimir o de vaktsina? -. Considero que estamos ante uno de los esfuerzos científicos más impresionantes de toda la historia. Cientos de equipos de científicos, universidades, empresas y gobiernos enfocados en encontrar la vacuna que pueda librar a la humanidad de la amenaza del SARS-Cov-2. Ni siquiera los mejores guionistas de Hollywood podrían haber ideado tan colosal esfuerzo.

Pero esta es la vida real, no una serie de Netflix. Cientos de miles de personas han muerto como consecuencia del coronavirus. Y aunque la letalidad de la enfermedad está descendiendo a nivel global, todavía hay muchas personas que podrían salvarse con una vacuna eficaz. De allí la importancia de esta gran carrera. Y es una carrera que no sería ni remotamente posible de no ser por los esfuerzos de otros cientos de miles de científicos y empresarios visionarios que durante las últimas décadas han avanzado la tecnología hasta el punto en que nos encontramos actualmente.

Para quienes tenemos algún interés por la ciencia y la tecnología, es realmente impresionante ver cómo van avanzando los diferentes proyectos en el camino hacia la autorización. Hasta el miércoles se conocían por lo menos 176 proyectos de vacunas. Hay más de 135 en estudios preclínicos. Veinte están en la fase 1, donde se prueba su seguridad y la dosis óptima. Hay 11 en la fase 2, donde se hacen pruebas más amplias de seguridad. Ocho vacunas ya están en la fase 3, donde se hacen pruebas a gran escala para probar su eficacia. Y, con la de Putin, ya hay dos “aprobadas”. La otra fue “aprobada” por el ejército chino. Ambos se saltearon la fase 3 de las pruebas.

Considero que el anuncio de Putin es más mediático que otra cosa, para “fugarse” del resto de desarrolladores de vacunas. Como Putin puede hacer lo que quiera -constitucionalmente- en Rusia, la declaró “autorizada”, sin pasar por un proceso científico de autorización. En ambos casos, la vacuna de Putin y la de Xi, “dicen” que van a continuar las pruebas de la fase 3.  

Pero fuera de los cantos de sirena de los políticos, el esfuerzo científico y empresarial es gigantesco. Al ser tantos los equipos que están buscando una solución, han tomado caminos distintos para llegar a la meta. Entre ellos se pueden contar varios tipos de vacunas. Están las vacunas genéticas, que utilizan uno o más de los propios genes del virus para provocar una respuesta inmune. La vacuna de la empresa Moderna entra en esta categoría. Luego están las vacunas de vectores virales, que utilizan un virus para introducir genes del coronavirus en las células y provocar una respuesta inmunitaria. La vacuna de AstraZéneca y la Universidad de Oxford entra en esta categoría, así como la de Putin y la del ejército chino.

Están también las vacunas a base de proteínas, que utilizan una proteína o un fragmento de proteína del coronavirus para provocar la respuesta inmune. Entre estas la más famosa es la de la empresa Novavax, que entra en la fase 3 en Octubre. Luego están las vacunas de “virus completo”, que utilizan un versión debilitada o inactiva del coronavirus para generar la respuesta inmune. En esta categoría entran varias que están desarrollando en China e India, 3 de las cuales ya están en fase 3. Por último, están las vacunas reutilizadas, que ya están en uso para otras enfermedades pero que también podrían proteger contra el Covid-19. Aquí la más famosa es la BCG -desarrollada hace más de 100 años contra la tuberculosis- que ahora ya está en un ensayo de fase 3 para comprobar su efectividad contra el COVID-19.

Vivimos en tiempos interesantes.


Artículo publicado originalmente en Prensa Libre, el viernes 14 de agosto de 2020. 

 

viernes, 24 de julio de 2020

El semáforo tonto y el semáforo inteligente



La gran mayoría de los guatemaltecos, pero especialmente los que están a punto de perder sus empleos o sus empresas, estamos conteniendo el aliento a la espera del mensaje del presidente de este domingo, en donde se informará cómo funcionará el sistema de semáforos y alertas, de ahora en adelante. Casi puedo imaginar a la plebe en el coliseo, tensa, a la espera de que el emperador decida con el pulgar la vida o la muerte de los esclavos. Así de bajo hemos caído. Así, de un tajo, eliminamos 2,000 años de historia, 2,000 años de desarrollo, que tantos millones de vidas costaron.   

La decisión crucial -que nunca debió legítimamente estar en las manos de un presidente- es si se les respetarán sus derechos a todos los habitantes del país o si se les seguirán violando. Continuar con restricciones a la movilidad de las personas, a que los trabajadores puedan trabajar y a que las empresas puedan operar, condenará a cientos de miles de guatemaltecos a un destino mucho peor del que les tocaría si enfermaran del COVID-19. ¡Ya basta de tantos sinsentidos!

El sistema propuesto por el gobierno necesariamente llevará -aunque no se percaten de ello ni sea su intención- a acabar con la economía del país, incluyendo la del mismo gobierno. Como la inmensa mayoría no se morirá de coronavirus, pero se quedará sin empleo y con pocos medios de subsistencia, no les quedará otra que emigrar -a pesar de que ahora es mucho más difícil y peligroso que hace unos meses-.

El semáforo propuesto es tan tonto, que apenas un par de días después de proponerlo tuvieron que cambiar la cantidad de días que se tomarían en cuenta para los indicadores. En la conferencia de prensa donde lo anunciaron, ilustraron el semáforo con los casos acumulados de 21 días, lo que era un absurdo tal que a los pocos días tuvieron que bajar el indicador al acumulado de 14 días. Aun así, el indicador sigue siendo imposible de cumplir. Para su referencia, con ese indicador, en el departamento de Guatemala se tiene una incidencia de 205 casos por cada 100,000 habitantes, y el municipio de Guatemala tiene una incidencia de 406 casos por cada 100,000 habitantes. El departamento está 8 veces por encima del límite para la alerta roja, y el municipio está 16 veces por encima del límite. Aun con la tendencia ya a la baja, llegar al límite planteado del semáforo tomaría por lo menos varios meses.

Lo peor de todo es que, como está planteado el sistema, aquí en la capital no debería haber mayor actividad económica hasta después de esos meses. O lo que es lo mismo, nunca, porque para ese momento Guatemala sería casi una ciudad fantasma -literalmente-.

El presidente puede -y debe- implementar un semáforo más inteligente. Uno que no determine si las empresas, el transporte colectivo, los centros comerciales, los restaurantes y cualquier otra actividad, pueden operar o no, sino que determine el nivel de “aforo” que puede tener. Bajo ese concepto, si está en “alerta roja” el aforo sería bajo, y conforme van cambiando las alertas, el aforo subiría. Y luego, el indicador a seguir debieran ser las defunciones y no los contagios. Al fin y al cabo, lo que se quiere -y puede- evitar son la mayoría de las muertes. Como los mismos epidemiólogos lo reconocen, tarde o temprano, la mayoría nos vamos a contagiar.

Con solo esos cambios que se hagan al semáforo, el panorama cambia completamente. La gente va a poder trabajar y ganarse su sustento, y el sistema se va a enfocar en evitar que los contagiados de COVID-19 se mueran. ¿No es eso lo que se busca?

Yo estoy en desacuerdo con la implementación del sistema de semáforos, pero si de todos modos lo van a hacer, por lo menos que sea uno inteligente.


Artículo publicado originalmente en Prensa Libre, el viernes 24 de julio de 2020.