El 2020 será para muchos un año que desearán nunca recordar. Ha sido un año de penas, de pérdidas, de despidos, de quiebras, de pánicos, de angustias, de desesperanza, de desasosiego, de encierros, de privaciones, de soledad. En fin, un año de muchas experiencias dramáticas que quisiéramos olvidar. Pero yo considero que es uno de los años de nuestra vida que más debemos apreciar, porque cada revés que tuvimos nos llevó a ser más fuertes y cada día de encierro nos enseñó a apreciar más la libertad. No es un año digno de olvidar, es uno digno de apreciar.
Aprendimos la importancia de cuidar nuestra salud y fortalecer nuestro sistema inmunológico. De vivir de la manera más sana posible, comiendo bien, vitaminándonos, haciendo ejercicio, pero, sobre todo, no esperar a que las enfermedades avancen, sino empezar a tratarnos al primer síntoma. Aprendimos algo tan sencillo que debimos aprender desde pequeños, pero que ahora finalmente lo hemos interiorizado: lavarnos bien las manos —y que esta es la mejor prevención de muchas enfermedades—.
Aprendimos —algunos, no todos— la importancia de no dejarse llevar por todo lo que uno lee o escucha en las redes, especialmente en cuanto a nuestra salud y vida se trata. A no desechar ideas solo porque no son las aceptadas por la mayoría, o incluso por las mismas redes sociales. A no tener miedo a ir contracorriente, si consideramos que eso puede salvar nuestra vida o la de nuestros seres queridos. Aprendimos que, en muchos casos, el sentido común puede ser mucho más sabio que la arrogancia de los doctos “imperiales”.
Tecnologías que ya existían pero que nadie les ponía mayor atención, como las videoconferencias, se catapultaron al frente de la atención pública porque nos ayudaron a resolver, en parte, el problema en el que nos metieron los políticos al establecer férreos encierros que ocasionaron más daño que bien, decisiones que fueron tomadas basadas más en la ignorancia y el pánico —en su mayoría desproporcionado por los agoreros del apocalipsis— que en la ciencia aprendida en los últimos siglos.
Pero también fue un año donde vimos cómo el esfuerzo humano logró salvar millones de vidas, a través de incontables personas que batallaron tratando enfermos en los hospitales, y por cientos de miles que dedicaron incontables y largas jornadas a desarrollar lo que hasta ahora parecía imposible: no una sino varias vacunas, hasta el momento aparentemente eficaces, en tiempos récord.
También fuimos testigos de incontables actos de benevolencia en medio de las tragedias. Vimos cómo el espíritu humano se sobrepuso a la adversidad, como siempre lo ha hecho a lo largo de la historia.
Vimos también cómo la creatividad humana llevó a muchos que habían perdido sus empleos o su forma de vida, a reinventarse y emprender buscando satisfacer las nuevas necesidades que la pandemia y los encierros crearon.
Definitivamente ha sido un año difícil, pero la mayoría logramos sobrevivir y seguramente saldremos fortalecidos, revitalizados y más sanos, pero sobre todo, más sabios. ¿Se han acabado ya los problemas? No, y seguramente habrá otros que enfrentar. Aunque las vacunas sean efectivas, pasará todavía algún tiempo para que una proporción suficiente de la población adquiera la inmunidad necesaria para que podamos volver a la normalidad. Pero lo importante es que cada vez más se puede ver la luz al final del túnel.
Por todo esto, le estoy agradecido al año 2020, listo para enfrentar los nuevos retos que seguramente tendremos durante el 2021. Le deseo que pase una muy feliz Navidad al lado de su familia, sea de manera presencial o remota, y que el 2021 le traiga muchas enseñanzas, pero también muchas victorias.
Artículo publicado originalmente en el diario Prensa Libre, el 18 de diciembre de 2020.
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