No se necesitaron muchos días para que la administración socialdemócrata empezara a sacar las uñas. Apenas cuatro días después de tomar posesión, el vicepresidente declaró que pondrían más impuestos a las actividades “nocivas”, para agenciarse fondos para el sistema de salud. Siempre la solución fácil, “pongamos impuestos”, sin siquiera primero preguntarse qué se hace con los miles de millones de quetzales que recibe anualmente el erario.
Las irresponsables declaraciones del vicepresidente solo compiten con las de uno de los diputados oficialistas que le siguió la corriente al vicepresidente y llegó al colmo de declarar: “La iniciativa de ley ya está hecha. No nos gusta llamarlo incremento de impuestos, sino más bien, aumento de los precios”. ¡Ve qué de a petate! Por lo menos que tengan la decencia de aceptar la responsabilidad de sus decisiones, y no que se quieran ocultar tras las enaguas de un eufemístico “aumento de precios”.
Por lo menos hay que reconocerle al diputado que, tal vez sin querer queriendo, reconoció la verdad que a todos los políticos, burócratas y tecnócratas no les gusta aceptar abiertamente: incrementar los impuestos generalmente implica un aumento de precios a los productos.
Y es que no debemos perdernos. Los adoradores del Estado siempre argumentarán que son “otros” los que pagarán los impuestos: los empresarios, los ricos, los viciosos, en fin, otros, no usted. Pero esa solo es la mentira con la que engañan a la gente para que los apoye en su interés de sacarle más dinero del bolsillo a, nada más ni nada menos, que a usted y a toda la gente que vivirá engañada creyendo que “fregó” a otros. La realidad es que todos los impuestos van incluidos en los precios de lo que usted paga por casi todos los productos que compra todos los días. Así como lo oye. En el precio de ese litro de leche o, para hacerlo más congruente con las declaraciones del vicepresidente, en el precio de ese su “traguito”, van incluidos no sólo el Impuesto al Valor Agregado, sino también el Impuesto sobre la Renta que pagará la empresa que lo fabricó de las utilidades que percibió al vender ese producto. Van también todos los otros impuestos que se pagaron con los insumos que se utilizaron para producirlo, como por ejemplo el impuesto a los combustibles. Y así sucesivamente. Así que no se deje engañar: todos los impuestos que el Gobierno cobra salen de lo que usted paga por los productos que compra todos los días.
Lo triste del caso es que, en todo este embrollo fiscal, los malos siempre son los tributarios, pero a los que utilizan mal esos impuestos (que generalmente son la mayoría de funcionarios, y no me refiero sólo a que los roben sino también a que los utilicen de manera tonta, ineficiente y despilfarradora), a ellos nunca se les cuestiona sobre el buen o mal uso que hacen de los mismos. ¿Será justo ese sistema?
Publicado en Prensa Libre el jueves 24 de enero de 2,008.
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