No perdamos las cosas más importantes de la vida, por aquellas que son vanas y pasajeras.
Todavía tengo grabado en la mente la primera vez que te ví, en la puerta de tu casa. Desde ese momento, mi corazón quedó prendado y, de allí para acá, mi vida ha girado alrededor tuyo. Las diferencias que en ese momento nos separaban no fueron obstáculo suficiente para detener el amor que entre los dos empezaba a surgir.
Con el tiempo nos casamos -precisamente ayer hace 14 años- y poco a poco hemos ido construyendo un hogar, una vida en común, un compartir tanto los buenos como los malos momentos. Luego nació Nicolle, esa hija que tantas satisfacciones y alegrías nos ha traído. Y todos estos años han sido los mejores de mi vida.
Tu carácter firme y decidido ha sido mi apoyo en muchas más ocasiones de las que puedo recordar. Siempre has estado presente, dispuesta a echar el hombro cuando ha sido necesario. Pero a la vez, tu alegre actitud frente a la vida y esa confianza que inspiras que hace que tantas personas abran su corazón a ti, te hacen una persona llena de deliciosos contrastes.
Sabes tratar a todos por igual, ser fuerte cuando es necesario, defender a los tuyos cuando las circunstancias lo demandan, ser cariñosa y efusiva, pero, sobre todo, centrada e inquebrantable.
Podría continuar con una interminable lista de características que de ti admiro, pero debo reconocer que siempre será un juicio parcializado, una balanza predispuesta hacia ti por ese amor que -contrario a lo que se podría esperar- con el pasar del tiempo ha ido creciendo en lugar de menguar.
Lo que me lleva a la reflexión sobre las cosas importantes en la vida. No son el trabajo (aunque muchas veces lo pareciera), ni las cosas materiales, ni los logros alcanzados. No es el éxito esperado al final del camino, sino que es precisamente el camino recorrido, cómo lo has recorrido y junto a quién. Al final del día, lo que tenemos es a las personas que amamos. Todo lo demás, como decía Salomón, es vanidad.
En mi caso particular, soy feliz. Estoy convencido que Dios no me pudo dar una mejor compañera para este recorrido por la vida que tu. Y por eso cada día le doy gracias por haberme dado la dicha de vivir junto a ti.
Termino dedicándote las palabras de Garcilazo de la Vega: "Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero. Cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir y por vos muero".
P.S.: Con las disculpas a mis estimados lectores, esta semana me salí un poco de los temas que acostumbro tratar y lo dedique a la persona más importante en mi vida: mi esposa, Lissette.
Artículo publicado en Prensa Libre el 11 de agosto de 2,005
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