La gente se seguirá
marchando porque la desesperación es canija.
Esta semana los titulares se los han llevado las noticias sobre los niños sufriendo al ser separados de sus padres en la frontera de Estados Unidos. Parte el alma ver y escuchar a los niños llorar una separación que no entienden ni merecen. Es realmente lamentable que hayan parado siendo la carne de cañón de peleas políticas que tampoco comprenderán. Tristemente, son otras víctimas inocentes de los políticos de aquí y de allá.
Como liberal siempre he sostenido —y lo sigo haciendo— que no deberían haber restricciones para el libre tránsito de personas y de productos en ninguna parte. Las personas deberían tener el derecho de decidir en dónde quieren vivir y con quién quieren realizar transacciones. Lamentablemente a la gran mayoría de los políticos no les gustan estas ideas porque pierden el control de los que abusivamente consideran sus “súbditos”; pierden el poder.
A ello hay que sumar que el miserable sistema benefactor mercantilista que se propagó por el mundo a lo largo del último siglo, entre otros muchos males que trajo, también se ha convertido en la excusa perfecta para quienes se oponen a la inmigración: “no podemos dejar que vengan otras personas porque se van a beneficiar de servicios que nosotros estamos pagando con nuestros impuestos”. (Excusa que por cierto no se sostiene lógicamente porque si se dejara que cualquiera pudiera llegar legalmente, en cuanto empiecen a trabajar también pagarían impuestos).
Pero esta crisis de la separación de familias lamentablemente solo es la punta del iceberg. Mientras Trump estaba firmando la Orden Ejecutiva para evitar que separen a las familias de migrantes el miércoles, la ICE (US Immigration and Customs Enforcement) estaba realizando una redada en una planta procesadora de carne en Ohio para capturar a inmigrantes ilegales. De los casi 150 que capturaron, más de 100 eran guatemaltecos. Otras 100 familias que probablemente también sean separadas si ya tenían hijos allá.
Todo apunta a que cada vez será más difícil que inmigrantes indocumentados puedan llegar a Estados Unidos —con o sin muro— y también será cada vez más difícil para los que ya están allá mantenerse. En países como el nuestro, eso es una muy mala noticia, por la importancia tan grande que tienen para la economía de muchos guatemaltecos las remesas que sus familiares les envían desde allá.
Lo que nos lleva al verdadero quid del asunto: ¿por qué tantos guatemaltecos se han ido a vivir y trabajar a Estados Unidos? La razón es sencilla: porque aquí no encontraron las oportunidades para poder mantenerse ellos y sus familias. No es solo porque se “quieran” ir. Le garantizo que la mayoría preferirían vivir en su país, en su pueblo, si existieran las posibilidades para poder ganarse la vida dignamente, pero lamentablemente, no las hay.
Y ¿por qué no las hay? Porque la única manera comprobada a lo largo de la historia en la cual las personas de una sociedad pueden prosperar es a través de las inversiones que generan empleos. Solo a través de la inversión se puede generar riqueza y fuentes de trabajo productivas. Pero en Guatemala el sistema está optimizado para ponerle tropiezos a la inversión. No hay un verdadero estado de Derecho en donde la gente pueda tener certeza jurídica que le garantice que los resultados de sus inversiones no van a depender de la voluntad arbitraria —y muchas veces envidiosa— de un funcionario, burócrata o juez.
Y mientras no cambiemos el sistema, no habrá suficiente inversión. Lamentablemente, aun a pesar de los problemas que puedan tener en Estados Unidos, la gente se seguirá marchando porque la desesperación es canija. ¿Cuándo entenderemos?
Artículo publicado originalmente en Prensa Libre.
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