Tomaron la decisión que
creyeron mejor para salvar a Guatemala de los megalómanos
La pasión y el desconocimiento del contexto pueden ser muy malas consejeras a la hora de ponderar los sucesos que analizamos. Un buen ejemplo actual es el caso de financiamiento electoral. En el calor de la animadversión hacia los politiqueros corruptos es fácil tirar la piedra y meter a todos en el mismo costal, pero las cosas distan mucho de ser tan simples.
Hoy pocos parecen recordarlo, pero la situación hace tres años era muy complicada. En medio de un proceso electoral atiborrado de dinero del narco y de la corrupción, se empezó a destapar la trama de abusos extremos de los patriotas. Para muchos que vivían en su burbuja fue la gran novedad; para los que llevamos muchos años dando la batalla de las ideas, fue apenas una confirmación de lo que sabíamos y hemos combatido por años.
No por nada llega uno a asquearse de todo lo que gira alrededor del poder. Son muchos años de ver cómo cambian las caras, las circunstancias, los corruptos, pero el sistema sigue igual. Los años de observar la catástrofe no han hecho más que confirmar mi convicción que el problema es el poder discrecional del que gozan los funcionarios y que la batalla debe encaminarse a limitar ese poder.
Esa misma experiencia lo lleva a uno a comprender que si ese poder —con pocos, nulos o inoperantes límites— puede corromper a las “buenas personas”, en manos de un megalómano puede convertirse en una tragedia de proporciones inimaginables —si no me cree, solo hay que ver a la miseria que veinte años de poder ilimitado han llevado a los venezolanos—.
Y es precisamente ese el contexto que vivíamos hace tres años. Un par de megalómanos que habían demostrado no tener ningún escrúpulo para aprovecharse del dinero de los tributarios y pisotear a quien osara oponérseles eran quienes más posibilidades tenían de llegar al Guacamolón. Esos que aún sin gozar todavía del poder ya se sentían reyes y reinas al grado de amenazar a diestra y siniestra de quebrar a quien no les diera dinero para su “campaña”.
Fue la época del “No te toca” y la del excómico convertido a político que empezó a surgir. Fue en ese contexto que se dio la reunión con potenciales financistas a quienes pidió apoyo para poner fiscales en las mesas que garantizaran que se respetara la decisión de la ciudadanía.
Si bien considero un error hacer los aportes fuera del partido —error del que ahora están pagando las consecuencias—, puedo entender la decisión de hacer algo para garantizar que los fiscales de los megalómanos tuvieran algún contrapeso en las mesas electorales y evitar la posibilidad de un fraude. Sin ese aporte, quien quita que los resultados hubiesen sido distintos y hoy viviéramos una realidad mucho peor que la actual —por inconcebible que parezca—, encaminándonos a una situación muy similar a la de Venezuela o Nicaragua.
Ahora la pasión y el resentimiento de muchos se cierne sobre ellos metiéndolos en un saco incluso peor que en el que se ha metido a los corruptos y criminales. Es la arrogancia que da la incapacidad de comprender las alternativas. Yo en cambio les reconozco que —en su circunstancia y contexto— tomaron la decisión que creyeron mejor para salvar a Guatemala de los megalómanos y han afrontado valientemente las consecuencias de su decisión, aún cuando no se compara ni de lejos con todas las iniquidades de los megalómanos que hasta la fecha permanecen impunes. Ello los hace acreedores de todo mi respeto.
Ojalá que de todo esto aprendamos las lecciones: Hay que concentrarse en poner límites al poder y hay que defender abierta y públicamente aquellos principios que uno considera correctos.
Artículo publicado originalmente en Prensa Libre.
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