De nada sirven las promesas, si lo que hay que cambiar es el sistema.
Promesas van, promesas vienen, y el domingo se detienen, pero lo más
seguro es que, indistintamente de quién gane la segunda vuelta, los
guatemaltecos seguiremos en las mismas condiciones. Esto es así porque
el principal problema no son los candidatos a ocupar la Presidencia del
Ejecutivo, sino el sistema bajo el cual vivimos, que prácticamente les
permite hacer lo que se les da la gana, una vez electos. Es el problema
de quedarnos en la democracia y no llegar a la República.
Como ya nos
debería haber quedado muy claro, las promesas de los políticos
generalmente se quedan en solo eso: promesas. El que mejor lo describió fue Alfonso Portillo, quien, ya
en el ejercicio del poder, declaró claramente que los políticos son
“vendedores de sueños”. En pocas palabras, van a ofrecer todo aquello
que crean que es un anhelo de los votantes, con tal de convencerlos de
que les premien con su voto, pero una vez electos, “si te vi no te
conozco”.
De ahí que, ante la falta de planes concretos, de gabinetes
desconocidos, de muchos, variados y contradictorios ofrecimientos, ¿qué
puede uno creer que van a hacer?
No se necesita, por ejemplo, hacer un gran estudio cuali y
cuantitativo para saber que en Guatemala la preocupación principal de la
mayoría es la inseguridad. Cualquiera que haya vivido más de dos
semanas en nuestro país lo sabe, probablemente por experiencia propia.
Así que no nos debe extrañar que uno de los principales ofrecimientos
sea el de la seguridad. Lo que nunca explican es cómo y con qué recursos
lo van a hacer. El mejor (o peor) ejemplo de esto lo tenemos en los
actuales gobernantes que ofrecieron “seguridad con inteligencia” y las
dos han brillado por su ausencia. Y por si no fuera suficiente, ya
electos tuvieron el descaro de decir que si queríamos seguridad que
pagáramos más impuestos porque los que ya pagábamos los iban a destinar a
sus “proyectos sociales”.
Tampoco se necesitan los estudios para saber que la siguiente
preocupación es la billetera. Y aquí también han ofrecido el oro y el
moro, con tal de convencernos de entregarles nuestro voto. No es de
extrañar que también caen en tantas contradicciones. Al final no importa
si a uno le parece algún ofrecimiento de uno de los candidatos o un par
de los del otro, ya que, para principiar, con los demás ofrecimientos
neutralizan cualquier beneficio que aquellos pudieran producir, y al
final uno nunca puede estar seguro de que vayan a cumplir con lo que
ofrecen o simplemente nos están “vendiendo sueños”.
Por eso es que en lo que debemos enfocarnos es en encaminarnos
hacia una verdadera república, en la que a los gobernantes se les limite
el poder y no puedan pasar por sobre los derechos de nadie. Para que no
tengamos que desear que llegue el “menos peor” y rogarle a Dios que su
administración no sea “tan mala”, sino que estemos seguros de que,
aunque el primer mandadero —mandatario, le dicen algunos— sea el peor
que pudiéramos tener, las instituciones limitarán el daño que este pueda
hacernos.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 3 de Noviembre de 2,011.
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