viernes, 28 de octubre de 2011

El que a hierro mata

Hasta las dictaduras más despiadadas y largas, tarde o temprano terminan.


La semana pasada las noticias internacionales estuvieron centradas en el Magrev africano, con la muerte de Muamar el Gadafi y el consiguiente final de la guerra civil en Libia y las elecciones en Túnez. El final de toda una era no pudo pasar desapercibido a nivel mundial. Gadafi terminó como era de esperarse que terminara, vapuleado por algunos de aquellos a quienes durante más de 40 años aterrorizó.

Si bien es cierto quizá nunca sepamos a ciencia cierta los detalles de los últimos minutos de vida del exdictador, lo cierto es que muy probablemente murió linchado por una turba de los “rebeldes” que pelearon durante ocho meses para sacarlo del poder, con la ayuda de la Otán. En uno de los videos que circularon por internet aparentemente se le ve pidiendo clemencia ante sus captores. Sin embargo, aunque no se justifica, es comprensible que la turba sacara 42 años de resentimientos contra quien los gobernó con mano dura e implacable.

En Gadafi tenemos una nueva lección, de las que lamentablemente la gente rápidamente olvida, de que el poder se acaba tarde o temprano, y quienes abusan de él, muy probablemente lo pararán pagando caro. Al final, siempre se cumple el dicho de la sabiduría popular: “no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo aguante”. En este caso, el pueblo libio lo aguantó 42 años, pero al final se reveló.

Lo irónico del asunto es que, según cuentan algunos de sus allegados, hasta los últimos momentos Gadafi no se explicaba por qué los libios lo odiaban y luchaban contra su gobierno. Obviamente, 42 años de poder absoluto no solo lo corrompieron absolutamente, sino que, además, lo cegaron.

Solo para que se den una idea de lo que realmente representa el ejercicio del poder a los dictadores, según algunas notas investigativas publicadas esta semana, la fortuna “personal” de Gadafi y su familia en el extranjero podría llegar a los US$200 millardos. Para efectos de comparación, las personas más “ricas” del mundo —por medios lícitos, por lo menos— han acumulado fortunas cercanas a los US$50 millardos. Es decir, Gadafi, durante su dictadura, se robó más de cuatro veces lo que los mejores empresarios e inversionistas del mundo han podido producir. Y todo eso mientras los libios pasaban miserias.

Y de allí todavía se extrañaba Gadafi que no lo quisieran. ¿A qué nivel de megalomanía puede llegar una persona para creer que después de pasearse en la vida de varios millones de personas, estos todavía le deberían estar infinitamente agradecidos?

Al final, ni Gadafi ni sus hijos se quedaron con el botín, aunque sí lo usufructuaron varias décadas. Luego de tanto año de supuestas glorias, tuvieron un final sangriento y pasarán a la historia como un mal recuerdo de un pueblo oprimido.

¿De qué tamaño serán las fortunas robadas por los dictadores que todavía quedan por estos lares?

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 27 de octubre de 2,011.

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