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jueves, 15 de diciembre de 2011

El sentido menos común

El sentido común, como decía El Muso, es el menos común de los sentidos.


Si quiere entender por qué el sentido común es el menos común de los sentidos, le recomiendo leer el libro Sentido Común en el que se publican algunas columnas que Manuel F. Ayau, mejor conocido como el Muso, publicó a lo largo de 50 años de periodismo de opinión, manteniendo siempre una impresionante congruencia de pensamiento. Al leerlo me entra nostalgia por el amigo que conocí, pero también cólera, al ver que si le hubiesen hecho caso hace 40 años, la situación de los guatemaltecos sería muy distinta.

A él le quedó la satisfacción no solo de decirlo en el momento que se debía decir, sino actuar basado en esos principios para cambiar las cosas que estaban mal.
Pero él sabía que cambios de esta envergadura no se hacen de la noche a la mañana. Lleva mucho tiempo de convencimiento a varias generaciones para lograr la masa crítica necesaria. Y a eso dedicó su vida, a sabiendas de que muy probablemente no vería muchos de los cambios por los cuales debatió durante tanto tiempo.

A pesar de los aparentes reveses y vicisitudes, se mantuvo auténtico, defendiendo los principios de una sociedad de personas libres y responsables, regida por la igualdad ante la ley —estado de Derecho— en un sistema económico de intercambio voluntario —mercado—; o lo que es lo mismo, el liberalismo.

Y no solo los guatemaltecos dejaron pasar esas enseñanzas. Cito por ejemplo un artículo publicado hace 40 años sobre el sistema monetario: “No creo que se adopte el oro hasta que el fracaso monetario internacional sea de mucha mayor magnitud que la crisis actual. Hasta que no degenere la situación en un caos, no claudicarán los economistas que hoy manejan el sistema monetario, aunque ya no pueden negar que han fracasado rotundamente en su objetivo de lograr la estabilidad monetaria a nivel mundial”.

¿Podía prever el Muso que un año después de su muerte podríamos estar llegando a ese momento? Por supuesto que no, pero lo importante es que los principios aplicables son los mismos, y desde aquella época, con un poco de sentido común, se podía prever que tarde o temprano la crisis irremediablemente llegaría.

Recorrer ese libro implica una conversación con su autor. Descubrir que no hay nada nuevo bajo el sol. Las respuestas y soluciones allí están, siempre lo han estado, pero son pocos los que tienen la humildad para reconocerlas y la valentía para defenderlas. El Muso fue uno de ellos y nos marcó el camino a muchos guatemaltecos que voluntariamente tomamos la estafeta para continuar en esa larga tarea de convencimiento por persuasión.

Lo más impresionante es que nunca se desanimó, como lo demuestra este párrafo escrito en los últimos años de su labor periodística:

“No pierdo la esperanza de que algún día echemos por la borda, al basurero intelectual, todas las teorías derivadas del fracasado colectivismo utópico que considera al ser humano como un instrumento de la sociedad y no como una criatura de Dios, con individualidad propia, con derechos inherentes a su condición humana, y no concedidos graciosamente por los políticos de los gobiernos.”

Busque el sentido común.

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 24 de noviembre de 2,011.

jueves, 5 de agosto de 2010

Muso












Fue la persona más influyente en Guatemala durante la segunda mitad del siglo veinte.


Lo conocí en 1993, durante un seminario sobre energía eléctrica. Yo ya tenía casi un año de escribir columnas en medios de comunicación y, aunque me identificaba por completo con las ideas de la libertad, nunca antes había tenido contacto directo con Manuel Ayau, con la Universidad Francisco Marroquín ni con el CEES. Ese día almorzamos juntos con su hijo Manuel. Fue el inicio de una amistad muy enriquecedora que duró 17 años.

Aunque nos separaban 40 años de edad y yo lo conocí ya avanzado en su vida, desde el principio nos identificamos mucho. A pesar de que todo el mundo lo llamaba Muso, yo en muy raras ocasiones pude llamarlo así. Para mí siempre fue el “doctor”. Aprendí mucho con él. Nos veíamos casi siempre, por lo menos una vez a la semana, en el almuerzo del CEES, los lunes. Si estaba en Guatemala, nunca faltaba. En esos inolvidables almuerzos en el CEES, primero en la casa de la zona 4 y luego en la UFM, fue donde yo me empapé de las ideas de la libertad. El doctor siempre tenía alguna anécdota que contar sobre sus experiencias, de la vida, de la empresarialidad, de sus conversaciones con Hayek, Mises, Friedman y otros grandes defensores de la libertad, así como de su participación en la vida política guatemalteca.

Fueron muchas las conversaciones que sostuvimos también en su oficina. Sus intereses eran tan variados que hasta tenía registradas patentes de inventos propios. Su mentalidad de ingeniero siempre lo llevaba a pensar nuevas y mejores formas en que se podían hacer las cosas.

Cuando lo conocí ya no daba clases en la universidad, por lo que realmente nunca tomé clases formales con él. Sin embargo, aprendí muchísimo tan solo escuchándolo en esas muchas ocasiones. Poseía muchos conocimientos y siempre estaba leyendo y tratando de aprender más. Pero no se quedaba sólo con el conocimiento, reflexionaba mucho sobre lo que leía, tratando de entender y comprender más. Lo que más llegué a apreciar de él era su capacidad para explicar, de manera tan fácil y didáctica, conceptos complejos y difíciles de entender.

También admiré mucho su humildad. A pesar de que considero que fue la persona más influyente en nuestro país en la segunda mitad del siglo XX y que su influencia no se circunscribió a nuestro país, sino que llegó a muchísimos lugares, en donde, por cierto, fue más apreciado que localmente. Siempre fue un hombre sencillo y modesto, dispuesto a hablar con cualquier persona, incluso con quienes denostaban contra las ideas de la libertad.

Su sentido del humor y esa chispa con la que siempre tenía en la punta de la lengua la respuesta adecuada a cualquier pregunta o cuestionamiento eran siempre admirables. Que no quita que no fuera capaz de enojarse, aunque no era la norma. En el tiempo que compartí con él, sólo recuerdo haberlo visto enojado en dos ocasiones, y creo que eran justificadas.

Siempre su interés fue cómo lograr que los guatemaltecos tuviéramos un mejor nivel de vida. En esa búsqueda fue que llegó a las ideas de la libertad y a ese propósito le dedicó su vida. El CEES, la Universidad Francisco Marroquín y Proreforma forman parte de ese legado que deja como testimonio vivo de su deseo porque en Guatemala vivamos mejor.

Ahora que me toca despedirme de mi mentor y amigo, le puedo decir que se puede ir con toda tranquilidad. Hizo muchísimo más de lo que cualquiera podría pedirle y deja un mundo mucho mejor que el que encontró. Descanse en paz, doctor, su legado permanecerá...

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 5 de agosto de 2,010.

Foto: Convivio del CEES, diciembre 2,008.