Fue la persona más influyente en Guatemala durante la segunda mitad del siglo veinte.
Lo conocí en 1993, durante un seminario sobre energía eléctrica. Yo ya tenía casi un año de escribir columnas en medios de comunicación y, aunque me identificaba por completo con las ideas de la libertad, nunca antes había tenido contacto directo con Manuel Ayau, con la Universidad Francisco Marroquín ni con el CEES. Ese día almorzamos juntos con su hijo Manuel. Fue el inicio de una amistad muy enriquecedora que duró 17 años.
Aunque nos separaban 40 años de edad y yo lo conocí ya avanzado en su vida, desde el principio nos identificamos mucho. A pesar de que todo el mundo lo llamaba Muso, yo en muy raras ocasiones pude llamarlo así. Para mí siempre fue el “doctor”. Aprendí mucho con él. Nos veíamos casi siempre, por lo menos una vez a la semana, en el almuerzo del CEES, los lunes. Si estaba en Guatemala, nunca faltaba. En esos inolvidables almuerzos en el CEES, primero en la casa de la zona 4 y luego en la UFM, fue donde yo me empapé de las ideas de la libertad. El doctor siempre tenía alguna anécdota que contar sobre sus experiencias, de la vida, de la empresarialidad, de sus conversaciones con Hayek, Mises, Friedman y otros grandes defensores de la libertad, así como de su participación en la vida política guatemalteca.
Fueron muchas las conversaciones que sostuvimos también en su oficina. Sus intereses eran tan variados que hasta tenía registradas patentes de inventos propios. Su mentalidad de ingeniero siempre lo llevaba a pensar nuevas y mejores formas en que se podían hacer las cosas.
Cuando lo conocí ya no daba clases en la universidad, por lo que realmente nunca tomé clases formales con él. Sin embargo, aprendí muchísimo tan solo escuchándolo en esas muchas ocasiones. Poseía muchos conocimientos y siempre estaba leyendo y tratando de aprender más. Pero no se quedaba sólo con el conocimiento, reflexionaba mucho sobre lo que leía, tratando de entender y comprender más. Lo que más llegué a apreciar de él era su capacidad para explicar, de manera tan fácil y didáctica, conceptos complejos y difíciles de entender.
También admiré mucho su humildad. A pesar de que considero que fue la persona más influyente en nuestro país en la segunda mitad del siglo XX y que su influencia no se circunscribió a nuestro país, sino que llegó a muchísimos lugares, en donde, por cierto, fue más apreciado que localmente. Siempre fue un hombre sencillo y modesto, dispuesto a hablar con cualquier persona, incluso con quienes denostaban contra las ideas de la libertad.
Su sentido del humor y esa chispa con la que siempre tenía en la punta de la lengua la respuesta adecuada a cualquier pregunta o cuestionamiento eran siempre admirables. Que no quita que no fuera capaz de enojarse, aunque no era la norma. En el tiempo que compartí con él, sólo recuerdo haberlo visto enojado en dos ocasiones, y creo que eran justificadas.
Siempre su interés fue cómo lograr que los guatemaltecos tuviéramos un mejor nivel de vida. En esa búsqueda fue que llegó a las ideas de la libertad y a ese propósito le dedicó su vida. El CEES, la Universidad Francisco Marroquín y Proreforma forman parte de ese legado que deja como testimonio vivo de su deseo porque en Guatemala vivamos mejor.
Ahora que me toca despedirme de mi mentor y amigo, le puedo decir que se puede ir con toda tranquilidad. Hizo muchísimo más de lo que cualquiera podría pedirle y deja un mundo mucho mejor que el que encontró. Descanse en paz, doctor, su legado permanecerá...
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 5 de agosto de 2,010.Foto: Convivio del CEES, diciembre 2,008.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario