Siempre existirán quienes creen que pueden tener un conocimiento tan amplio y grande de lo que está pasando en la economía que pueden llegar a “manipularla”, “controlarla” o de alguna manera “manejarla” a su sabor y antojo. Esa fatal arrogancia es la que nos ha llevado tantas veces al despeñadero, no solo en Guatemala, sino en todas partes del mundo, incluidos los Estados Unidos.
Esa característica se manifiesta especialmente en los “responsables” y técnicos de los monopolios de la emisión monetaria, más conocidos como bancos centrales, quienes dedican su tiempo a “administrar” las variables que tienen a la mano, para ver si logran llegar a esa codiciada meta de la “estabilidad”.
Para ello, abren por un lado un grifo, solo para percatarse de que el agua que salió tiene efectos no únicamente en la variable que les interesaba, sino también en muchas otras, así que tienen que ver cómo del otro lado abren un hoyo que se trague el agua. Pero cuando finalmente logran sacar el agua, se percatan del alto costo que esa acción les representó y que adicionalmente la variable que al inicio les interesaba, nuevamente se fue por donde no querían, así que sacan más agua, para luego ver cómo hacen para sacarla de nuevo, y así, ad infinítum.
Esa es la triste y cruda realidad de todos los banqueros centrales, incluido quien hasta hace poco era casi el superhéroe de los mercados, Alan Greenspan. En su caso, la historia es larga pero se resume en que las decisiones monetarias que se tomaron en la última década están en la raíz de los problemas actuales de la economía de Estados Unidos. Por supuesto que él ya no está allí y todavía le dio tiempo de sacarle raja personal al asunto, asesorando a un fondo de inversión que ganó varios miles de millones de dólares en la debacle de las subprime.
Volviendo al caso de Guatemala, el banco central y la Junta Monetaria se han dedicado a manipular la cantidad de dólares, de quetzales y la tasa de interés, a sabiendas (esperaría yo) de que lo que hacen con una mano luego lo tienen que deshacer con la otra, porque si no se les va de las manos.
Pero su maldición, como la de todos los bancos centrales del mundo, es que cualquier variable que toquen, como todas están interrelacionadas, afecta otras muchas y después de “resolver” un problema, resulta que crearon uno o varios más, y de allí tienen que “lidiar” con ese nuevo problema, lo que a su vez les ocasiona otro, y así sucesivamente.
Suben la tasa de interés, supuestamente para reducir la inflación (que ellos mismos habían provocado), pero luego resulta que esa subida ocasiona una contracción en el crédito y los medios de pago, lo que a su vez ocasiona que el quetzal se aprecie en relación con el dólar; entonces salen a comprar dólares, por supuesto, con quetzales, los que tarde o temprano van a tener que salir a “sacar” del mercado, para que no ocasionen más inflación, pero de allí resulta que lo que ellos “neutralicen” lo hacen al costo de tener que pagar intereses, y así siguen las infinitas concatenaciones de acciones y resultados, algunos incluso insospechados por ellos mismos.
La cosa es que es un juego de nunca acabar en el que nos tienen metidos por la pura arrogancia de considerarse superiores al mercado. Si fueran tan solo un poco más humildes, se percatarían de que estaríamos mejor sin que ellos tengan que estar metiendo mano en la economía para justificar su razón de existir.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 1 de mayo de 2,008.
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