Si no se corrigen las raíces, similares ramas resurgirán.
Esta semana se cumplió un año de la quiebra de la empresa Lehman Brothers y las secuelas del pánico financiero que aceleró esa quiebra. Al 15 de septiembre del 2008 se le denominó “Lunes negro”, ya que la quiebra de Lehman desencadenó un efecto dominó a todo lo largo y ancho del mundo financiero. Pero ese día, el gran público sólo empezó a enterarse del tamaño de los problemas que se venían, no las causas que los iniciaron. Y el problema es ese precisamente: que casi todos se han enfocado en los efectos y no en las causas. Lo que hace previsible que, tarde o temprano, volveremos a tener situaciones similares.
Como muy bien lo dijo Jorge Santayana: “Si no aprendemos de los errores del pasado estamos condenados a repetirlos”. Y luego de escuchar y leer algunos de los comentarios sobre este aniversario, me temo que “estamos condenados a repetirlo”.
Se puede hablar mucho sobre las reglas de mark-to-market de los fondos de inversión, de una mayor supervisión sobre las entidades financieras, de más controles, etcétera, etcétera, etcétera, pero eso solo es podar las ramas, no cortar las raíces de los problemas.
Lo que pasa es que las principales raíces del problema, como la manipulación de la economía por parte de los bancos centrales y el “fomento” del crédito a personas no sujetas de crédito por parte de los gobernantes, no son temas “políticamente atractivos”. Es mucho más atractivo para los políticos hablar de la “avaricia” y los fraudes de los banqueros e inversionistas, y no digamos del “bien mayor de la sociedad”, que les sirve para justificar cualquier decisión, por absurda e ilógica que pueda ser.
Quizá una de las peores consecuencias de esta crisis es que los políticos, además de evadir la raíz del problema, incrementaron exponencialmente lo que se denomina “riesgo moral” (moral hazard, en inglés). En este contexto, podemos abreviarlo como que se elevó el grado de irresponsabilidad en las decisiones que tomen las personas, ya que, en última instancia, por muchos riesgos locos que tomen, saben que siempre estará el Tío Sam dispuesto a “salvarlos” en el último momento y permitirles que se puedan salir con la suya.
Y alguien podría argumentar que el problema es que nadie podía saber lo que estaba pasando, pero eso es completamente falso. Las “autoridades” tenían conocimiento desde el 2004 que habían problemas en Fannie Mae, pero no hicieron nada. Para no ir más lejos, los ejecutivos de Goldman Sachs, desde finales del 2006, se percataron de que había problemas en las hipotecas y empezaron a deshacerse de los activos con potenciales problemas que tenían, lo que les permitió salir bien librados de la crisis. Y la pregunta es si los ejecutivos de Goldman Sachs se percataron de lo que sucedía y corrigieron a tiempo, ¿qué pasó con todos los demás? ¿Merecen ser “rescatados” con los dineros de los tributarios?
El caso de AIG es similar. El anterior CEO de AIG estuvo durante dos años advirtiendo que los nuevos ejecutivos de la empresa la estaban llevando a la quiebra, pero nadie le hizo caso. Eso sí, cuando tronó, el Gobierno puso US$85 mil millones —que ahorita ya van por US$180 mil millones— con tal de rescatarlos de sus problemas.
Definitivamente, no se aprendieron las lecciones de la crisis. No debería extrañarnos que en unos años tengamos una igual o peor. Las raíces del problema están vivitas y coleando, y muy bien abonadas.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 17 de septiembre de 2,009.
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