jueves, 31 de diciembre de 2020

¿Un año digno de olvidar?

El 2020 será para muchos un año que desearán nunca recordar. Ha sido un año de penas, de pérdidas, de despidos, de quiebras, de pánicos, de angustias, de desesperanza, de desasosiego, de encierros, de privaciones, de soledad. En fin, un año de muchas experiencias dramáticas que quisiéramos olvidar. Pero yo considero que es uno de los años de nuestra vida que más debemos apreciar, porque cada revés que tuvimos nos llevó a ser más fuertes y cada día de encierro nos enseñó a apreciar más la libertad. No es un año digno de olvidar, es uno digno de apreciar.

Aprendimos la importancia de cuidar nuestra salud y fortalecer nuestro sistema inmunológico. De vivir de la manera más sana posible, comiendo bien, vitaminándonos, haciendo ejercicio, pero, sobre todo, no esperar a que las enfermedades avancen, sino empezar a tratarnos al primer síntoma. Aprendimos algo tan sencillo que debimos aprender desde pequeños, pero que ahora finalmente lo hemos interiorizado: lavarnos bien las manos —y que esta es la mejor prevención de muchas enfermedades—.

Aprendimos —algunos, no todos— la importancia de no dejarse llevar por todo lo que uno lee o escucha en las redes, especialmente en cuanto a nuestra salud y vida se trata. A no desechar ideas solo porque no son las aceptadas por la mayoría, o incluso por las mismas redes sociales. A no tener miedo a ir contracorriente, si consideramos que eso puede salvar nuestra vida o la de nuestros seres queridos. Aprendimos que, en muchos casos, el sentido común puede ser mucho más sabio que la arrogancia de los doctos “imperiales”.

Tecnologías que ya existían pero que nadie les ponía mayor atención, como las videoconferencias, se catapultaron al frente de la atención pública porque nos ayudaron a resolver, en parte, el problema en el que nos metieron los políticos al establecer férreos encierros que ocasionaron más daño que bien, decisiones que fueron tomadas basadas más en la ignorancia y el pánico —en su mayoría desproporcionado por los agoreros del apocalipsis— que en la ciencia aprendida en los últimos siglos.

Pero también fue un año donde vimos cómo el esfuerzo humano logró salvar millones de vidas, a través de incontables personas que batallaron tratando enfermos en los hospitales, y por cientos de miles que dedicaron incontables y largas jornadas a desarrollar lo que hasta ahora parecía imposible: no una sino varias vacunas, hasta el momento aparentemente eficaces, en tiempos récord.

También fuimos testigos de incontables actos de benevolencia en medio de las tragedias. Vimos cómo el espíritu humano se sobrepuso a la adversidad, como siempre lo ha hecho a lo largo de la historia.

Vimos también cómo la creatividad humana llevó a muchos que habían perdido sus empleos o su forma de vida, a reinventarse y emprender buscando satisfacer las nuevas necesidades que la pandemia y los encierros crearon.

Definitivamente ha sido un año difícil, pero la mayoría logramos sobrevivir y seguramente saldremos fortalecidos, revitalizados y más sanos, pero sobre todo, más sabios. ¿Se han acabado ya los problemas? No, y seguramente habrá otros que enfrentar. Aunque las vacunas sean efectivas, pasará todavía algún tiempo para que una proporción suficiente de la población adquiera la inmunidad necesaria para que podamos volver a la normalidad. Pero lo importante es que cada vez más se puede ver la luz al final del túnel.

Por todo esto, le estoy agradecido al año 2020, listo para enfrentar los nuevos retos que seguramente tendremos durante el 2021. Le deseo que pase una muy feliz Navidad al lado de su familia, sea de manera presencial o remota, y que el 2021 le traiga muchas enseñanzas, pero también muchas victorias.

Artículo publicado originalmente en el diario Prensa Libre, el 18 de diciembre de 2020.

sábado, 15 de agosto de 2020

La gran carrera de las vacunas

La gran carrera de las vacunas contra el COVID-19 se calentó esta semana con el anuncio de Vladimir Putin de la autorización de la Sputnik V -¿de Vladimir o de vaktsina? -. Considero que estamos ante uno de los esfuerzos científicos más impresionantes de toda la historia. Cientos de equipos de científicos, universidades, empresas y gobiernos enfocados en encontrar la vacuna que pueda librar a la humanidad de la amenaza del SARS-Cov-2. Ni siquiera los mejores guionistas de Hollywood podrían haber ideado tan colosal esfuerzo.

Pero esta es la vida real, no una serie de Netflix. Cientos de miles de personas han muerto como consecuencia del coronavirus. Y aunque la letalidad de la enfermedad está descendiendo a nivel global, todavía hay muchas personas que podrían salvarse con una vacuna eficaz. De allí la importancia de esta gran carrera. Y es una carrera que no sería ni remotamente posible de no ser por los esfuerzos de otros cientos de miles de científicos y empresarios visionarios que durante las últimas décadas han avanzado la tecnología hasta el punto en que nos encontramos actualmente.

Para quienes tenemos algún interés por la ciencia y la tecnología, es realmente impresionante ver cómo van avanzando los diferentes proyectos en el camino hacia la autorización. Hasta el miércoles se conocían por lo menos 176 proyectos de vacunas. Hay más de 135 en estudios preclínicos. Veinte están en la fase 1, donde se prueba su seguridad y la dosis óptima. Hay 11 en la fase 2, donde se hacen pruebas más amplias de seguridad. Ocho vacunas ya están en la fase 3, donde se hacen pruebas a gran escala para probar su eficacia. Y, con la de Putin, ya hay dos “aprobadas”. La otra fue “aprobada” por el ejército chino. Ambos se saltearon la fase 3 de las pruebas.

Considero que el anuncio de Putin es más mediático que otra cosa, para “fugarse” del resto de desarrolladores de vacunas. Como Putin puede hacer lo que quiera -constitucionalmente- en Rusia, la declaró “autorizada”, sin pasar por un proceso científico de autorización. En ambos casos, la vacuna de Putin y la de Xi, “dicen” que van a continuar las pruebas de la fase 3.  

Pero fuera de los cantos de sirena de los políticos, el esfuerzo científico y empresarial es gigantesco. Al ser tantos los equipos que están buscando una solución, han tomado caminos distintos para llegar a la meta. Entre ellos se pueden contar varios tipos de vacunas. Están las vacunas genéticas, que utilizan uno o más de los propios genes del virus para provocar una respuesta inmune. La vacuna de la empresa Moderna entra en esta categoría. Luego están las vacunas de vectores virales, que utilizan un virus para introducir genes del coronavirus en las células y provocar una respuesta inmunitaria. La vacuna de AstraZéneca y la Universidad de Oxford entra en esta categoría, así como la de Putin y la del ejército chino.

Están también las vacunas a base de proteínas, que utilizan una proteína o un fragmento de proteína del coronavirus para provocar la respuesta inmune. Entre estas la más famosa es la de la empresa Novavax, que entra en la fase 3 en Octubre. Luego están las vacunas de “virus completo”, que utilizan un versión debilitada o inactiva del coronavirus para generar la respuesta inmune. En esta categoría entran varias que están desarrollando en China e India, 3 de las cuales ya están en fase 3. Por último, están las vacunas reutilizadas, que ya están en uso para otras enfermedades pero que también podrían proteger contra el Covid-19. Aquí la más famosa es la BCG -desarrollada hace más de 100 años contra la tuberculosis- que ahora ya está en un ensayo de fase 3 para comprobar su efectividad contra el COVID-19.

Vivimos en tiempos interesantes.


Artículo publicado originalmente en Prensa Libre, el viernes 14 de agosto de 2020. 

 

viernes, 24 de julio de 2020

El semáforo tonto y el semáforo inteligente



La gran mayoría de los guatemaltecos, pero especialmente los que están a punto de perder sus empleos o sus empresas, estamos conteniendo el aliento a la espera del mensaje del presidente de este domingo, en donde se informará cómo funcionará el sistema de semáforos y alertas, de ahora en adelante. Casi puedo imaginar a la plebe en el coliseo, tensa, a la espera de que el emperador decida con el pulgar la vida o la muerte de los esclavos. Así de bajo hemos caído. Así, de un tajo, eliminamos 2,000 años de historia, 2,000 años de desarrollo, que tantos millones de vidas costaron.   

La decisión crucial -que nunca debió legítimamente estar en las manos de un presidente- es si se les respetarán sus derechos a todos los habitantes del país o si se les seguirán violando. Continuar con restricciones a la movilidad de las personas, a que los trabajadores puedan trabajar y a que las empresas puedan operar, condenará a cientos de miles de guatemaltecos a un destino mucho peor del que les tocaría si enfermaran del COVID-19. ¡Ya basta de tantos sinsentidos!

El sistema propuesto por el gobierno necesariamente llevará -aunque no se percaten de ello ni sea su intención- a acabar con la economía del país, incluyendo la del mismo gobierno. Como la inmensa mayoría no se morirá de coronavirus, pero se quedará sin empleo y con pocos medios de subsistencia, no les quedará otra que emigrar -a pesar de que ahora es mucho más difícil y peligroso que hace unos meses-.

El semáforo propuesto es tan tonto, que apenas un par de días después de proponerlo tuvieron que cambiar la cantidad de días que se tomarían en cuenta para los indicadores. En la conferencia de prensa donde lo anunciaron, ilustraron el semáforo con los casos acumulados de 21 días, lo que era un absurdo tal que a los pocos días tuvieron que bajar el indicador al acumulado de 14 días. Aun así, el indicador sigue siendo imposible de cumplir. Para su referencia, con ese indicador, en el departamento de Guatemala se tiene una incidencia de 205 casos por cada 100,000 habitantes, y el municipio de Guatemala tiene una incidencia de 406 casos por cada 100,000 habitantes. El departamento está 8 veces por encima del límite para la alerta roja, y el municipio está 16 veces por encima del límite. Aun con la tendencia ya a la baja, llegar al límite planteado del semáforo tomaría por lo menos varios meses.

Lo peor de todo es que, como está planteado el sistema, aquí en la capital no debería haber mayor actividad económica hasta después de esos meses. O lo que es lo mismo, nunca, porque para ese momento Guatemala sería casi una ciudad fantasma -literalmente-.

El presidente puede -y debe- implementar un semáforo más inteligente. Uno que no determine si las empresas, el transporte colectivo, los centros comerciales, los restaurantes y cualquier otra actividad, pueden operar o no, sino que determine el nivel de “aforo” que puede tener. Bajo ese concepto, si está en “alerta roja” el aforo sería bajo, y conforme van cambiando las alertas, el aforo subiría. Y luego, el indicador a seguir debieran ser las defunciones y no los contagios. Al fin y al cabo, lo que se quiere -y puede- evitar son la mayoría de las muertes. Como los mismos epidemiólogos lo reconocen, tarde o temprano, la mayoría nos vamos a contagiar.

Con solo esos cambios que se hagan al semáforo, el panorama cambia completamente. La gente va a poder trabajar y ganarse su sustento, y el sistema se va a enfocar en evitar que los contagiados de COVID-19 se mueran. ¿No es eso lo que se busca?

Yo estoy en desacuerdo con la implementación del sistema de semáforos, pero si de todos modos lo van a hacer, por lo menos que sea uno inteligente.


Artículo publicado originalmente en Prensa Libre, el viernes 24 de julio de 2020.

viernes, 29 de junio de 2018

Menos trámites, más inversión



La alternativa es que más compatriotas seguirán emigrando a buscar el sueño americano.



Hace un par de semanas finalmente realizaron un cambio en la tramitología chapina que puede tener un gran impacto en la salud de muchos guatemaltecos: facilitar el registro de medicinas que ya cuentan con la aprobación de agencias reguladoras de medicinas de otros países –que cumplen ciertos requisitos-. Este es un buen ejemplo de cómo se puede ir cambiando el sistema con pequeños cambios que parecen sencillos pero cuya trascendencia puede ser muy grande.

Desde hace muchos años he dicho que es absurdo que un país pequeño y con muchas necesidades se quiera dar el tupé de “verificar” que algún producto es “bueno” para la salud, cuando este producto ya ha pasado por ese proceso de verificación en otros países con más recursos. Por ejemplo, hay muchos medicamentos que han pasado todo el tortuoso procedimiento de aprobación de la FDA (Administración de Alimentos y Medicinas de Estados Unidos) –procedimiento que puede llevar muchos años y miles de millones de dólares cumplir- que cuando los querían comercializar en Guatemala tenían que pasar por todo un proceso para averiguar si era “bueno” para la salud de los guatemaltecos. ¡Por Dios!

Por inaudito que le parezca, ese procedimiento estaba vigente hasta hace unos días en nuestro país. Era un absurdo proceso burocrático cuyos resultados más palpables eran precisamente los que mencionó el Ministro de Salud cuando anunció el cambio: posibilidades de corrupción y precios más altos de las medicinas para los guatemaltecos.

¿Alguien en su sano juicio creerá que el proceso en Guatemala podría ser más exhaustivo y completo que el de la FDA?


Si ya una empresa se gastó muchos millones de dólares para cumplir con todos los requisitos de la FDA, ¿qué sentido tiene que aquí en Guatemala se desconozca dicho proceso y se le obligue a realizar todo un proceso nuevo para que los burócratas guatemaltecos “verifiquen” que la medicina hace lo que dice que hace? ¿Alguien en su sano juicio creerá que el proceso en Guatemala podría ser más exhaustivo y completo que el de la FDA? Y eso que la FDA no es santo de mi devoción y la considero responsable de retrasar –y en algunos casos matar- el desarrollo de nuevas medicinas, precisamente por lo tortuoso y caro que se ha vuelto el procedimiento de autorización.

Así que, felicito al Ministro de Salud por tomar esta decisión y de una vez hago un llamado al Congreso para que lo oficialice como ley, no vaya a ser que el siguiente Ministro que venga se le ocurra revertir este acuerdo gubernativo.

Este es un buen ejemplo de cómo se pueden reducir o eliminar muchos requisitos burocráticos sin sentido cuya única finalidad pareciera ser obstaculizar el desarrollo de los guatemaltecos. Son precisamente muchos de estos requisitos burocráticos absurdos los que se convierten en la excusa perfecta para la corrupción. Si realmente queremos combatir la corrupción hay que presionar a los gobernantes a eliminar todos aquellos trámites innecesarios. De esa manera, no sólo se reducirán las oportunidades de corrupción, también se promoverá una mayor actividad económica, especialmente ahora que tanto se necesita.

En la actual situación donde la mayoría de índices se está yendo a pique, una de las prioridades de todos debiera ser cómo logramos que venga más inversión a nuestro país. No nos engañemos, la situación no mejorará mientras no haya más inversión. Y no habrá más inversión si las señales que se envían en casi todos los frentes son de amenazas en contra de la inversión.

Lo que necesitamos en Guatemala es más inversión, más empleos, más empresas, más generación de riqueza. Esa es la única salida. La alternativa es que más compatriotas seguirán emigrando a buscar el sueño americano, Trump o no Trump, con muro o sin muro.

Artículo publicado originalmente en Prensa Libre el viernes 29 de junio de 2018.

viernes, 22 de junio de 2018

Mal allá y peor aquí


La gente se seguirá marchando porque la desesperación es canija.

Esta semana los titulares se los han llevado las noticias sobre los niños sufriendo al ser separados de sus padres en la frontera de Estados Unidos. Parte el alma ver y escuchar a los niños llorar una separación que no entienden ni merecen. Es realmente lamentable que hayan parado siendo la carne de cañón de peleas políticas que tampoco comprenderán. Tristemente, son otras víctimas inocentes de los políticos de aquí y de allá.
Como liberal siempre he sostenido —y lo sigo haciendo— que no deberían haber restricciones para el libre tránsito de personas y de productos en ninguna parte. Las personas deberían tener el derecho de decidir en dónde quieren vivir y con quién quieren realizar transacciones. Lamentablemente a la gran mayoría de los políticos no les gustan estas ideas porque pierden el control de los que abusivamente consideran sus “súbditos”; pierden el poder.
A ello hay que sumar que el miserable sistema benefactor mercantilista que se propagó por el mundo a lo largo del último siglo, entre otros muchos males que trajo, también se ha convertido en la excusa perfecta para quienes se oponen a la inmigración: “no podemos dejar que vengan otras personas porque se van a beneficiar de servicios que nosotros estamos pagando con nuestros impuestos”. (Excusa que por cierto no se sostiene lógicamente porque si se dejara que cualquiera pudiera llegar legalmente, en cuanto empiecen a trabajar también pagarían impuestos).
Pero esta crisis de la separación de familias lamentablemente solo es la punta del iceberg. Mientras Trump estaba firmando la Orden Ejecutiva para evitar que separen a las familias de migrantes el miércoles, la ICE (US Immigration and Customs Enforcement) estaba realizando una redada en una planta procesadora de carne en Ohio para capturar a inmigrantes ilegales. De los casi 150 que capturaron, más de 100 eran guatemaltecos. Otras 100 familias que probablemente también sean separadas si ya tenían hijos allá.
Todo apunta a que cada vez será más difícil que inmigrantes indocumentados puedan llegar a Estados Unidos —con o sin muro— y también será cada vez más difícil para los que ya están allá mantenerse. En países como el nuestro, eso es una muy mala noticia, por la importancia tan grande que tienen para la economía de muchos guatemaltecos las remesas que sus familiares les envían desde allá.
Lo que nos lleva al verdadero quid del asunto: ¿por qué tantos guatemaltecos se han ido a vivir y trabajar a Estados Unidos? La razón es sencilla: porque aquí no encontraron las oportunidades para poder mantenerse ellos y sus familias. No es solo porque se “quieran” ir. Le garantizo que la mayoría preferirían vivir en su país, en su pueblo, si existieran las posibilidades para poder ganarse la vida dignamente, pero lamentablemente, no las hay.
Y ¿por qué no las hay? Porque la única manera comprobada a lo largo de la historia en la cual las personas de una sociedad pueden prosperar es a través de las inversiones que generan empleos. Solo a través de la inversión se puede generar riqueza y fuentes de trabajo productivas. Pero en Guatemala el sistema está optimizado para ponerle tropiezos a la inversión. No hay un verdadero estado de Derecho en donde la gente pueda tener certeza jurídica que le garantice que los resultados de sus inversiones no van a depender de la voluntad arbitraria —y muchas veces envidiosa— de un funcionario, burócrata o juez.
Y mientras no cambiemos el sistema, no habrá suficiente inversión. Lamentablemente, aun a pesar de los problemas que puedan tener en Estados Unidos, la gente se seguirá marchando porque la desesperación es canija. ¿Cuándo entenderemos?
Artículo publicado originalmente en Prensa Libre

viernes, 15 de junio de 2018

Una decisión con consecuencias


Tomaron la decisión que creyeron mejor para salvar a Guatemala de los megalómanos
La pasión y el desconocimiento del contexto pueden ser muy malas consejeras a la hora de ponderar los sucesos que analizamos. Un buen ejemplo actual es el caso de financiamiento electoral. En el calor de la animadversión hacia los politiqueros corruptos es fácil tirar la piedra y meter a todos en el mismo costal, pero las cosas distan mucho de ser tan simples.
Hoy pocos parecen recordarlo, pero la situación hace tres años era muy complicada. En medio de un proceso electoral atiborrado de dinero del narco y de la corrupción, se empezó a destapar la trama de abusos extremos de los patriotas. Para muchos que vivían en su burbuja fue la gran novedad; para los que llevamos muchos años dando la batalla de las ideas, fue apenas una confirmación de lo que sabíamos y hemos combatido por años.
No por nada llega uno a asquearse de todo lo que gira alrededor del poder. Son muchos años de ver cómo cambian las caras, las circunstancias, los corruptos, pero el sistema sigue igual. Los años de observar la catástrofe no han hecho más que confirmar mi convicción que el problema es el poder discrecional del que gozan los funcionarios y que la batalla debe encaminarse a limitar ese poder.
Esa misma experiencia lo lleva a uno a comprender que si ese poder —con pocos, nulos o inoperantes límites— puede corromper a las “buenas personas”, en manos de un megalómano puede convertirse en una tragedia de proporciones inimaginables —si no me cree, solo hay que ver a la miseria que veinte años de poder ilimitado han llevado a los venezolanos—.
Y es precisamente ese el contexto que vivíamos hace tres años. Un par de megalómanos que habían demostrado no tener ningún escrúpulo para aprovecharse del dinero de los tributarios y pisotear a quien osara oponérseles eran quienes más posibilidades tenían de llegar al Guacamolón. Esos que aún sin gozar todavía del poder ya se sentían reyes y reinas al grado de amenazar a diestra y siniestra de quebrar a quien no les diera dinero para su “campaña”.
Fue la época del “No te toca” y la del excómico convertido a político que empezó a surgir. Fue en ese contexto que se dio la reunión con potenciales financistas a quienes pidió apoyo para poner fiscales en las mesas que garantizaran que se respetara la decisión de la ciudadanía.
Si bien considero un error hacer los aportes fuera del partido —error del que ahora están pagando las consecuencias—, puedo entender la decisión de hacer algo para garantizar que los fiscales de los megalómanos tuvieran algún contrapeso en las mesas electorales y evitar la posibilidad de un fraude. Sin ese aporte, quien quita que los resultados hubiesen sido distintos y hoy viviéramos una realidad mucho peor que la actual —por inconcebible que parezca—, encaminándonos a una situación muy similar a la de Venezuela o Nicaragua.
Ahora la pasión y el resentimiento de muchos se cierne sobre ellos metiéndolos en un saco incluso peor que en el que se ha metido a los corruptos y criminales. Es la arrogancia que da la incapacidad de comprender las alternativas. Yo en cambio les reconozco que —en su circunstancia y contexto— tomaron la decisión que creyeron mejor para salvar a Guatemala de los megalómanos y han afrontado valientemente las consecuencias de su decisión, aún cuando no se compara ni de lejos con todas las iniquidades de los megalómanos que hasta la fecha permanecen impunes. Ello los hace acreedores de todo mi respeto. 
Ojalá que de todo esto aprendamos las lecciones: Hay que concentrarse en poner límites al poder y hay que defender abierta y públicamente aquellos principios que uno considera correctos.
Artículo publicado originalmente en Prensa Libre.

viernes, 8 de junio de 2018

Los héroes existen, viven entre nosotros

Héroes que viven entre nosotros y que merecen todo nuestro reconocimiento.

En medio de la tragedia que cayó de manera fulminante sobre cientos de guatemaltecos y que nos embarga a todos de dolor, es esperanzador ver que ha aflorado lo mejor de muchos guatemaltecos. Con el paso de los días nos enteramos de las historias de muchos héroes anónimos que en el momento más importante, aun cuando las circunstancias les eran adversas, tomaron la decisión correcta. Es a esos héroes a quienes quiero honrar en este día. Su ejemplo arrastra y nos motiva. 
Héroes como Rubén Darío, quien regresaba de su trabajo en un ingenio cuando se enteró de la crisis y a pesar del peligro para su propia vida se apresuró hacia su hogar para salvar a su familia. Al principio las autoridades no lo querían dejar pasar y hasta su misma esposa le dijo por teléfono que ya no llegara, que ya estaban muriendo, pero él no aceptó ese destino y hasta convenció a unos policías y soldados de que todavía podían rescatar a su familia. Arriesgando su vida, en medio de una escena dantesca, viendo cómo otras personas se “derretían”, logró llegar hasta donde estaba refugiada su esposa, sus hijos y otros 34 familiares. En total, salvaron a 37 personas.
Héroes como Evelyn Ordóñez, gerente general de La Reunión, quien en el momento justo tuvo el coraje de tomar la decisión de evacuar el hotel, con todas las implicaciones que ello conlleva. Viéndolo con la ventaja de la retrospectiva es muy fácil decir que era la decisión correcta y la que debía tomar. Pero en ese momento no tenía una “alerta oficial” de evacuación, solo su intuición de que “el comportamiento del volcán no era el de costumbre” como nos comentó en nuestro programa de radio. Aún con la información incompleta, tomó la decisión correcta que salvó la vida de más de 300 personas.
Héroes como Juan Bajxac, José Castillo y Juan Galindo, bomberos y delegado de Conred que murieron intentando evacuar a personas para que no perecieran con la llegada de los flujos piroclásticos.
Pero también muchos otros héroes, la mayoría en el anonimato, que se han entregado en cuerpo y alma para tratar de encontrar a sobrevivientes. Bomberos, policías, soldados, rescatistas, todos ellos sabiendo que arriesgan sus vidas sin ninguna otra satisfacción que la de ayudar a otros y cumplir con lo que consideran su deber. Trabajando largas y agotadoras jornadas, en condiciones muy difíciles, a veces incluso sin el equipo adecuado, pero sin quejarse, satisfechos de estar haciendo lo correcto. Héroes como María Esperanza Álvarez, la bombera que mientras estaba en las labores de rescate se enteró de que había sido despedida, pero que aún así siguió con “honor y orgullo” por la satisfacción de estar donde más la necesitaban.
Héroes que se han arriesgado volando en circunstancias peligrosas para obtener información valiosa para las labores de rescate. Héroes que han dejado sus ocupaciones habituales para dedicarse a recolectar víveres, ropa, medicinas para los desplazados en los albergues. Héroes que han puesto sus empresas al servicio de la víctimas, ya sea como centros de acopio o proveyendo víveres, ropa, medicinas y productos sanitarios.
Pero también muchos héroes que han contribuido con sus pocos o muchos recursos para apoyar voluntariamente a quienes están en necesidad. Héroes como Julio José Benjamín Caal, el niño de 10 años que el lunes llegó a un centro de acopio a donar los 5 quetzales que había ganado ese día vendiendo dulces en el parque de San Pedro Carchá. En fin, héroes que viven entre nosotros y que merecen todo nuestro reconocimiento. ¡Muchas gracias a todos!