La situación sólo empeorará, si no se le combate de raíz.
Muchas veces hemos leído, oído y visto cosas así en “otras” partes, pero no aquí. Si bien es cierto la vida diaria en Guatemala no es precisamente la de un paraíso terrenal de paz y tranquilidad, no percibíamos con toda su crudeza el verdadero infierno en que vivimos. Hasta ahora, hasta la finca “Los Cocos”. Hasta la irónica “La Libertad”. Hasta la matanza. Hasta los decapitados. Hasta la masacre.
Acostumbrados como estamos a los 17 muertos diarios por la criminalidad, tenía que ser una cifra mayor, con saña y sadismo inmensos, la que nos sacara de ese estupor. 27 muertos. 27 decapitados. 27 vidas truncadas sin razón. Una pared. Un mensaje escrito, literalmente, con sangre. Una advertencia. Una señal.
Lamentablemente, poco será lo que cambie la situación luego de los decapitados. Su muerte implicará un salto en la estadística diaria. Una recordación mayor de la que gozan los 17 de todos los días. Pero poco más. Quizá caerán algunos de los verdugos. Pero la situación seguirá de mal en peor. De los actuales gobernantes, poco podemos esperar. Desde el principio fueron claros que la seguridad no estaba entre sus prioridades. Su prioridad principal siempre fue asegurar la permanencia en el poder, para de esa manera lograr su segunda prioridad, ordeñar la vaca lechera de los tributarios exprimiéndole hasta la última gota, para pasar a mejor vida. Y el colmo de la desfachatez fue decir que si queríamos seguridad, había que pagarles más.
Pero aún si hicieran algo, lo más que lograrían sería aliviar un poco la situación —o quién sabe si empeorarla; si no, vea el caso de México—. Porque estamos en medio de una vana y absurda guerra —como si alguna no lo fuera, pero esta más— en la que, para variar, ponemos los muertos, pagamos los costos y escribimos con sangre su efímera historia.
La raíz del problema no la podemos atacar aquí, porque no está por estos lares. Hay que buscarla en algunas capitales, la de Estados Unidos, las europeas, la “del mundo” (donde están las oficinas de los organismos mundiales) en donde algunos cuantos empecinados e ignorantes “líderes” siguen montados en el macho de la “guerra contra las drogas”. Y envuelven con su discurso moralista a la masa, haciéndole creer que se preocupan por las generaciones futuras.
Lamentablemente, aunque la marea va cambiando y cada vez somos más los que alzamos la voz contra tan absurda “contienda”, todavía tendrá que correr mucha sangre antes de acabarla. Como lo dije en un artículo anterior, hasta que los decapitados no sean ciudadanos estadounidenses en territorio estadounidense, los políticos de por allá no sentirán la presión para tomar la decisión que debieron tomar hace varias décadas pero que nunca se animaron a hacerlo.
Mientras tanto, nosotros debemos seguir sufriendo las consecuencias. Y ya que es poco lo que podemos hacer por aquellos lares, debemos enfocarnos en lo que se puede hacer aquí. Y eso pasa por un cambio del sistema, no por quiénes lo dirigen. Mientras no entendamos esto, seguiremos cada cuatro años cambiando al chofer creyendo que podrá convertir nuestra carcachita en un bólido, solo para concluir unos meses después que este tampoco puede. Necesitamos cambiar el sistema, no el tripulante. Necesitamos el cambio que propone ProReforma. ¿Hasta cuándo la tendrán los diputados durmiendo el sueño de los justos?
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 19 de mayo de 2,011.Foto: Prensa Libre.
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