jueves, 26 de mayo de 2011

El Fin




No importa cuándo sea el fin del mundo.

El sábado algunas personas se quedaron esperando el momento en el cual serían llevadas al cielo, en el tan esperado “arrebatamiento”. Le creyeron a Harold Camping, un predicador radial estadounidense que, en repetidas ocasiones, ha pronosticado erróneamente el fin del mundo. Charlatanes como este lamentablemente abundan y son responsables del menosprecio de muchas personas hacia el mensaje del evangelio. Pero no son culpables solo ellas, sino también los ingenuos que se dejan engañar.

Camping no es el primero ni será el último de los “profetas” que anuncien la fecha exacta del fin del mundo. En las décadas recientes hemos visto varios, todos fallidos hasta el momento. Y esto viene desde hace dos mil años, al menos en la tradición cristiana, desde la promesa que dos hombres vestidos de blanco hicieran a los discípulos luego de la ascensión. Y desde esa época vienen también las historias de quienes lo “dejaron todo” para esperar esa segunda venida.

Fue el caso de la primera iglesia cristiana, la de Jerusalén, en la que se llevó a cabo y falló el primer experimento de la vida “comunitaria” dentro del cristianismo. Vendieron todo y se dedicaron a esperar el regreso de Jesús. Algún tiempo después, como era de esperar, necesitaron de la caridad de los miembros de las otras iglesias para sobrevivir.

El futuro es intrigante y no nos debe extrañar que muchos intenten “descifrarlo”. Son innumerables las personas, no solo en el ámbito religioso, que han buscado una manera de conocer lo que sucederá. Y la curiosidad por el futuro que casi todos albergamos hace que tengan bastante público y hasta seguidores. Uno de los mejores ejemplos no religiosos es Nostradamus, quien sagazmente se guardó de ser demasiado específico en sus predicciones, lo que ha hecho que incontable cantidad de personas se haya dedicado a tratar de descifrarlas y ajustarlas a los acontecimientos de su presente.

Esto es exactamente igual a lo sucedido con el Apocalipsis desde que Juan lo escribió. Incontables estudiosos de las escrituras han tratado de encontrar en esa alegoría los sucesos de su tiempo. Uno de los ejemplos que más recuerdo es el de Yiye Ávila, un predicador evangélico que hace 30 años pregonaba que la Unión Europea —la CEE de aquellos tiempos— era la bestia del Apocalipsis, y que cuando llegase a tener 10 miembros —en esa época creo que tenía siete— empezaría la Gran Tribulación. Los miembros casi se cuadruplicaron y nada pasó. ¿Y la profecía? Bien, gracias.

A veces no sabe uno si reír o llorar ante casos como el de Camping. El hombre es tan testarudo y cínico que todavía esta semana afirmó que ninguna de sus predicciones ha fallado. Según él, el sábado pasado sí vino Cristo, sólo que de manera espiritual, y ese día empezó el “juicio contra el mundo”, el cual terminará el 21 de octubre, cuando será el verdadero “fin del mundo”. Así también indicó que las anteriores predicciones también se cumplieron, ya que en esas fechas —1988 y 1994— empezó el juicio contra la Iglesia. Pero el meollo del asunto es que no devolverá nada de los US$100 millones que recaudó en donaciones para anunciarlo.

Lo peor es que, a pesar de todo, siempre habrá gente ingenua que seguirá cayendo en los engaños de estos estafadores. Al final, no importa cuándo sea el fin del mundo. Lo importante es cómo vivamos el hoy. Y para ello le recomiendo la frase que se le ha atribuido a Ghandi: Vive como si fueras a morir mañana; aprende como si fueras a vivir para siempre.

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 26 de mayo de 2,011.

Masacre


La situación sólo empeorará, si no se le combate de raíz.

Muchas veces hemos leído, oído y visto cosas así en “otras” partes, pero no aquí. Si bien es cierto la vida diaria en Guatemala no es precisamente la de un paraíso terrenal de paz y tranquilidad, no percibíamos con toda su crudeza el verdadero infierno en que vivimos. Hasta ahora, hasta la finca “Los Cocos”. Hasta la irónica “La Libertad”. Hasta la matanza. Hasta los decapitados. Hasta la masacre.

Acostumbrados como estamos a los 17 muertos diarios por la criminalidad, tenía que ser una cifra mayor, con saña y sadismo inmensos, la que nos sacara de ese estupor. 27 muertos. 27 decapitados. 27 vidas truncadas sin razón. Una pared. Un mensaje escrito, literalmente, con sangre. Una advertencia. Una señal.

Lamentablemente, poco será lo que cambie la situación luego de los decapitados. Su muerte implicará un salto en la estadística diaria. Una recordación mayor de la que gozan los 17 de todos los días. Pero poco más. Quizá caerán algunos de los verdugos. Pero la situación seguirá de mal en peor. De los actuales gobernantes, poco podemos esperar. Desde el principio fueron claros que la seguridad no estaba entre sus prioridades. Su prioridad principal siempre fue asegurar la permanencia en el poder, para de esa manera lograr su segunda prioridad, ordeñar la vaca lechera de los tributarios exprimiéndole hasta la última gota, para pasar a mejor vida. Y el colmo de la desfachatez fue decir que si queríamos seguridad, había que pagarles más.

Pero aún si hicieran algo, lo más que lograrían sería aliviar un poco la situación —o quién sabe si empeorarla; si no, vea el caso de México—. Porque estamos en medio de una vana y absurda guerra —como si alguna no lo fuera, pero esta más— en la que, para variar, ponemos los muertos, pagamos los costos y escribimos con sangre su efímera historia.

La raíz del problema no la podemos atacar aquí, porque no está por estos lares. Hay que buscarla en algunas capitales, la de Estados Unidos, las europeas, la “del mundo” (donde están las oficinas de los organismos mundiales) en donde algunos cuantos empecinados e ignorantes “líderes” siguen montados en el macho de la “guerra contra las drogas”. Y envuelven con su discurso moralista a la masa, haciéndole creer que se preocupan por las generaciones futuras.

Lamentablemente, aunque la marea va cambiando y cada vez somos más los que alzamos la voz contra tan absurda “contienda”, todavía tendrá que correr mucha sangre antes de acabarla. Como lo dije en un artículo anterior, hasta que los decapitados no sean ciudadanos estadounidenses en territorio estadounidense, los políticos de por allá no sentirán la presión para tomar la decisión que debieron tomar hace varias décadas pero que nunca se animaron a hacerlo.

Mientras tanto, nosotros debemos seguir sufriendo las consecuencias. Y ya que es poco lo que podemos hacer por aquellos lares, debemos enfocarnos en lo que se puede hacer aquí. Y eso pasa por un cambio del sistema, no por quiénes lo dirigen. Mientras no entendamos esto, seguiremos cada cuatro años cambiando al chofer creyendo que podrá convertir nuestra carcachita en un bólido, solo para concluir unos meses después que este tampoco puede. Necesitamos cambiar el sistema, no el tripulante. Necesitamos el cambio que propone ProReforma. ¿Hasta cuándo la tendrán los diputados durmiendo el sueño de los justos?

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 19 de mayo de 2,011.
Enlace
Foto: Prensa Libre.

viernes, 13 de mayo de 2011

Fracasos


El castillo de naipes de la CICIG se sigue desmoronando.

Era el caso emblemático. El que ponían como su principal logro. El que supuestamente justificaba todos los gastos en que se había incurrido. En pocas palabras, era el caso que podían utilizar para justificar su existencia. Sin embargo, el caso que aparentaba ser el más seguro, el de Portillo, se les cayó. Como si eso no fuera suficiente, al otro día se les cayó también el de Giammattei. Un par de cartas más que se caen del castillo de la Cicig.

En ambos casos las juezas argumentaron que las pruebas presentadas por el Ministerio Público (MP) y la Cicig no eran concluyentes. En el caso de Giammattei, la jueza ni siquiera dejó que pasara a juicio oral y hasta reclamó que el MP cometió varios errores que la Cicig debió corregir, pero no lo hizo. Y eso que supuestamente estos eran dos de sus principales acusaciones. No lo digo yo, sino ellos mismos. Basta recordar cómo Carlos Castresana se ufanaba de la captura de Portillo.

Estas resoluciones todavía deben pasar un largo recorrido para quedar en firme; sin embargo, desde ya se pintan como un nuevo fracaso para la Cicig. Por supuesto que la salida fácil es acusar de corruptas a las juezas y declararse el David de la justicia peleando contra el Goliat de la corrupción, pero no todo es tan sencillo como parece.

Con todo y que yo mismo considero, y así lo he dicho, que este es apenas uno de los muchísimos casos de corrupción que de seguro se dieron durante la administración Portillo —al igual que en todas las demás administraciones, hago la salvedad— y el único del cual lograron conseguir algunas pruebas, es lamentable que el Ministerio Público y la Cicig ni siquiera esto que tenían en bandeja de plata, que era más fácil de probar que otros casos de corrupción, lograron blindar su acusación de tal manera que las juezas, correctas o no, no encontraran la forma de salirse por la tangente y absolver a los responsables. El mismo Portillo no argumentó su inocencia sino que no lograron probar su culpabilidad.

La argumentación de las juezas en el caso del ex presidente trae a luz nuevamente el problema, que también he criticado mucho, de las acusaciones basadas en los “colaboradores eficaces”, ya que estos tienen todos los incentivos del mundo para ajustar su acusación de la manera en que ellos mismos salgan mejor librados, y los demás, con toda la carga de la acusación. No olvidemos que varias dudosas sentencias impulsadas por la Cicig han estado basadas precisamente en ese tipo de declaración.

En resumen, no descarto la posibilidad de que haya corrupción, presiones, amenazas y coacciones de por medio; sin embargo, lo cierto es que las deficientes acusaciones del MP y la Cicig permitieron que las juezas dejaran libres a personas que deberían pagar por sus delitos.

En el caso Portillo, el único consuelo que queda es que quizá—porque ya hasta eso pongo en tela de duda— sea extraditado a Estados Unidos, y allí la situación se le complica, ya que para quitarse la acusación de lavado de dinero tendría él mismo que comprobar lo que aquí no se le ha podido probar: de dónde salieron los US$70 millones. Lo que sí le puedo garantizar es que no fue de su sueldo como presidente.

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 12 de mayo de 2,011.
Foto: CNN/EFE

jueves, 5 de mayo de 2011

La victoria de Bin Laden


Creo que Osama Bin Laden logró incluso más de lo que esperaba.

La muerte de Osama Bin Laden cierra un nuevo capítulo en la historia del mundo; sin embargo, las repercusiones de sus actuaciones todavía están por venir; quién sabe si en las próximas décadas o incluso siglos. Desde mi punto de vista, Osama logró lo que nadie antes soñó alcanzar: sentar las bases para el deterioro y posible final de ese interesante experimento sobre lo que se puede lograr en un sistema basado en una república liberal, como lo es (o fue) Estados Unidos.

Me explico. Como consecuencia del ataque a las Torres Gemelas, en septiembre del 2001, cambiaron las reglas en Estados Unidos, al grado de que, utilizando principalmente la excusa de la “Guerra contra el terrorismo”, aunque también, en parte, la de la “Guerra contra las drogas”, redujeron y/o eliminaron las garantías de los derechos individuales, que son el alma del sistema que les permitió prosperar tanto durante más de dos siglos. Si los “padres fundadores” vieran lo que han hecho del sistema que tanto les costó establecer, seguramente se horrorizarían.

Por supuesto que muchos dirán que esas son nimiedades y “costos necesarios” a pagar por la “seguridad”, pero quienes así lo ven son víctimas del cortoplacismo que tanto nos afecta en la actualidad. No se dan cuenta de que en el largo plazo lo que ahora ven como una victoria se podría convertir en su destrucción. No se percatan de que institucionalizar el que “el fin justifica los medios” no puede acarrear buenas consecuencias.

Hay que ver esto en la perspectiva del largo plazo, en el de la historia. El mejor ejemplo que tenemos de algo similar es Roma. Esta se hizo grande y próspera durante el medio milenio que duró la República. Pero su final se empezó a gestar precisamente cuando esta terminó y empezó el Imperio. Por supuesto que en ese momento también inició su época de mayor prosperidad y paz, la de los dos siglos de la Pax Romana, pero las bases ya estaban puestas para que otro medio milenio más tarde colapsara. De hecho, podemos decir que empezó a morir en ese momento, aunque la gran inercia que traía le permitió todavía prosperar más durante algún tiempo y que tardara 500 años en sufrir las consecuencias.

En el caso de Estados Unidos, en un sentido estricto, el punto de inflexión se dio a partir de finales del Siglo XIX, con la aprobación de la ley “antimonopolio” Sherman y siguió luego con los cambios constitucionales de principios del siglo XX; sin embargo, creo que el golpe de gracia se dio a partir del ataque a las Torres Gemelas. Repito, estos son procesos de largo plazo y podrán pasar siglos antes de que se vean sus verdaderas consecuencias, pero lo importante es que las bases ya están sentadas.

Ahora bien, la historia nunca está escrita con anterioridad y las cosas pueden cambiar en el camino. ¿Qué hubiera pasado si en medio de la Pax Romana el Imperio se hubiese revertido a la República? Muy probablemente hubiéramos llegado a la modernidad mil 500 años antes. ¿Sabía usted, por ejemplo, que justo en esa época se desarrollaron las bases para el motor a vapor, tecnología que luego de la caída del imperio se perdió por un milenio y que después impulsó la revolución industrial?

Así también, Estados Unidos todavía está a tiempo de revertir su sistema hacia los principios republicanos liberales de un Estado de Derecho establecidos por los “padres fundadores”. Lamentablemente no se oyen muchas voces que promuevan esto, ni dentro ni fuera. ¿Será que Osama terminará saliéndose con la suya?

Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 5 de Mayo de 2,011.