La "guerra contra las drogas" es una broma de mal gusto de los gobernantes.
El director de la Oficina de Política Nacional para el Control de Drogas de la Casa Blanca, más conocido como el Zar Antidrogas, Gil Kerlikowske, declaró hace un par de días en México: “Los narcotraficantes no son más que criminales y terroristas, y la legalización no es claramente la respuesta que sería suficiente para la gente de cualquier país”. Creo que el señor Kerlikowske está completamente equivocado, y el problema del narcotráfico nunca se va a resolver con la dichosa “guerra contra las drogas”, y eso lo sostengo, aunque para muchos la sola mención de la legalización de las drogas sea poco menos que blasfemia.
Cuando el entonces senador Obama se encontraba en campaña presidencial dijo que la “guerra contra las drogas es un completo fracaso”; ya de presidente parece que la cosa cambió. Y lejos de variar la actual política de criminalización contra la producción, distribución y consumo de las “drogas”, se afianza más en su administración la ilógica persecución de estos “delitos”.
Hay dos razones importantes por los que a mi parecer la denominada “guerra contra las drogas” es un caso perdido.
La primera obedece a una cuestión moral. ¿Qué derecho tienen los gobernantes para decidir qué deben los ciudadanos consumir o no? ¿No son acaso los ciudadanos lo suficientemente capaces para decidir qué es bueno para ellos o qué no lo es? La intromisión de los gobernantes en asuntos privados de las personas es causa de muchos males para sus pueblos.
La segunda, de orden económico, indica que cuando se prohíbe el consumo de algún bien o servicio por ley, pero sigue existiendo demanda, se crea una escasez artificial que incrementa su precio, razón por la que siempre existirá alguien dispuesto a correr el riesgo de producirlo, comercializarlo y venderlo, obteniendo grandes ganancias. No importa con cuántos capos acaben, siempre habrá alguien dispuesto a ocupar su vacante.
Y en esta reflexión tomo el caso de las bebidas alcohólicas, tanto por su popular consumo como por ser un ejemplo claro, histórico y comprobable, puesto que los estadounidenses ya pasaron por ese proceso en la década de 1920, con la prohibición de su consumo. Lejos de alcanzar los objetivos por los que se impuso, esta prohibición terminó haciendo todo lo contrario, dando origen a las mafias. Si nota un leve parecido entre este caso y el de la guerra contra las drogas, es pura coincidencia o alucinación suya.
Pero los políticos como Kerlikowske —a pesar de sus raíces policiales— y aquellos afines al combate de las drogas argumentarán que quienes producen y comercializan la droga son criminales despiadados que incurren en una serie de delitos, incluidos asesinatos, secuestros y demás. Eso es cierto, pero es un efecto, no la causa. ¿Acaso son delincuentes los productores y vendedores del alcohol y sus derivados? ¿Acaso quiénes venden cigarrillos andan secuestrando y matando a los otros vendedores? Lo que es más, ambos son de los principales recolectores de impuestos en todo el mundo.
De nuevo, los gobernantes se hacen de la vista gorda de las relaciones de causa y efecto; solo se centran en los efectos que les convienen, de la prohibición, y no en la causa que es la prohibición misma. Desde cualquier perspectiva, la guerra contra las drogas está completamente perdida, y la única forma de acabarla es atacando su origen: legalizar la producción, distribución y consumo de las drogas.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 30 de Julio de 2,009.