No importa cuándo sea el fin del mundo.
El sábado algunas personas se quedaron esperando el momento en el cual serían llevadas al cielo, en el tan esperado “arrebatamiento”. Le creyeron a Harold Camping, un predicador radial estadounidense que, en repetidas ocasiones, ha pronosticado erróneamente el fin del mundo. Charlatanes como este lamentablemente abundan y son responsables del menosprecio de muchas personas hacia el mensaje del evangelio. Pero no son culpables solo ellas, sino también los ingenuos que se dejan engañar.
Camping no es el primero ni será el último de los “profetas” que anuncien la fecha exacta del fin del mundo. En las décadas recientes hemos visto varios, todos fallidos hasta el momento. Y esto viene desde hace dos mil años, al menos en la tradición cristiana, desde la promesa que dos hombres vestidos de blanco hicieran a los discípulos luego de la ascensión. Y desde esa época vienen también las historias de quienes lo “dejaron todo” para esperar esa segunda venida.
Fue el caso de la primera iglesia cristiana, la de Jerusalén, en la que se llevó a cabo y falló el primer experimento de la vida “comunitaria” dentro del cristianismo. Vendieron todo y se dedicaron a esperar el regreso de Jesús. Algún tiempo después, como era de esperar, necesitaron de la caridad de los miembros de las otras iglesias para sobrevivir.
El futuro es intrigante y no nos debe extrañar que muchos intenten “descifrarlo”. Son innumerables las personas, no solo en el ámbito religioso, que han buscado una manera de conocer lo que sucederá. Y la curiosidad por el futuro que casi todos albergamos hace que tengan bastante público y hasta seguidores. Uno de los mejores ejemplos no religiosos es Nostradamus, quien sagazmente se guardó de ser demasiado específico en sus predicciones, lo que ha hecho que incontable cantidad de personas se haya dedicado a tratar de descifrarlas y ajustarlas a los acontecimientos de su presente.
Esto es exactamente igual a lo sucedido con el Apocalipsis desde que Juan lo escribió. Incontables estudiosos de las escrituras han tratado de encontrar en esa alegoría los sucesos de su tiempo. Uno de los ejemplos que más recuerdo es el de Yiye Ávila, un predicador evangélico que hace 30 años pregonaba que la Unión Europea —la CEE de aquellos tiempos— era la bestia del Apocalipsis, y que cuando llegase a tener 10 miembros —en esa época creo que tenía siete— empezaría la Gran Tribulación. Los miembros casi se cuadruplicaron y nada pasó. ¿Y la profecía? Bien, gracias.
A veces no sabe uno si reír o llorar ante casos como el de Camping. El hombre es tan testarudo y cínico que todavía esta semana afirmó que ninguna de sus predicciones ha fallado. Según él, el sábado pasado sí vino Cristo, sólo que de manera espiritual, y ese día empezó el “juicio contra el mundo”, el cual terminará el 21 de octubre, cuando será el verdadero “fin del mundo”. Así también indicó que las anteriores predicciones también se cumplieron, ya que en esas fechas —1988 y 1994— empezó el juicio contra la Iglesia. Pero el meollo del asunto es que no devolverá nada de los US$100 millones que recaudó en donaciones para anunciarlo.
Lo peor es que, a pesar de todo, siempre habrá gente ingenua que seguirá cayendo en los engaños de estos estafadores. Al final, no importa cuándo sea el fin del mundo. Lo importante es cómo vivamos el hoy. Y para ello le recomiendo la frase que se le ha atribuido a Ghandi: Vive como si fueras a morir mañana; aprende como si fueras a vivir para siempre.
Artículo publicado en Prensa Libre el jueves 26 de mayo de 2,011.