El ejemplo que nos dan estos empresarios chapines es digno de seguir.
A veces pareciera ser que nos movemos en un país donde las esperanzas de mejorar cada día son más escasas. El pesimismo se entrelaza con la realidad para plantearnos un escenario bastante tétrico como futuro. Y lo peor de todo es que ese sentimiento de desasosiego se incrementa conforme platica uno con otras personas y lo único que encuentra son historias, cada una peor que la anterior, sobre violencia, crímenes, gente que tira la toalla y se va del país, o peor aún, de aquellos a quienes hasta esa oportunidad les fue cercenada por alguien que valora más un celular que la vida de otra persona.
Y uno se llega a preguntar si vale la pena seguir insistiendo en ser optimista, creer que más adelante podemos estar mejor y seguir echándole ganas, con la esperanza de que, tarde o temprano, la bruma se despeje y podamos ver la luz o si, por el contrario, mejor deberíamos hacer lo que ya muchos hicieron: empacar nuestras maletas y partir en busca de un futuro mejor en otras latitudes.
En medio de toda esa zozobra, no puede uno dejar de asombrarse que hay gente que fácilmente podría dejarlo todo e irse a disfrutar su fortuna en tierras más amigables y que, sin embargo, deciden no sólo quedarse aquí, sino arriesgar e invertir su capital en nuestro país.
La inauguración anoche del Centro Comercial Pradera Concepción es precisamente un ejemplo de ese optimismo por parte de dos grupos empresariales que considero digno de imitar. A pesar de todos los problemas y el pesimismo que existen en nuestro país, estos dos grupos empresariales, el de la familia Castillo y el de la familia Gutiérrez, decidieron unir esfuerzos en una inversión millonaria con la que están poniendo la pauta de que: a pesar de lo negro que se pueda ver el panorama, hay que seguir adelante.
La verdad es que es un ejemplo digno de imitar. Yo quisiera creer que, ante una decisión similar, tendría el coraje necesario para arriesgarme, a pesar de todo. Aunque pensándolo bien, quizá todos los que, ante el mismo panorama sombrío, seguimos echándole ganas, trabajando y soñando, estamos precisamente en el mismo barco.
Oportunidad de dejarlo todo e irnos la tenemos todos; obviamente para cada uno el costo de oportunidad es distinto, pero el hecho es que todos los adultos que seguimos viviendo actualmente en Guatemala, hemos decidido voluntariamente que todavía vale la pena el esfuerzo.
Ante esa realidad, creo que lo mejor que podemos hacer es quitarnos de encima la desesperanza, armarnos de valor, y enfrentar con convicción el reto de la vida que tenemos ante nosotros. No nos dejemos vencer por el desaliento. Imitemos a los optimistas y emprendedores; voltee a ver a su alrededor y verá que encuentra muchos.
Artículo publicado en Prensa Libre el 29 de septiembre de 2,005
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